CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

lunes, 24 de marzo de 2014

EL "SENKU"



Mi amigo – el de la sonrisa perenne, la coleta desprolija y la barba impecablemente recortada- está sentado de espaldas a la puerta.

Mi amigo – el psicólogo y médico de profesión, filósofo por vocación, incansable “ratón de biblioteca”, empedernido lector- está  enfrascado en algo que no atino a descubrir.

La señora que hace la limpieza me ha dejado entrar, y lo hice de puntillas como temiendo despertarlo, importunarlo, o resultar un estorbo cuando apenas comienza a anochecer en Madrid y no es una hora usual para ir de visita, de improviso, sin avisar.

“Te escuché llegar”, dice mientras se levanta de su butacón para cerrar las ventanas “porque ésta mujer siempre tiene la manía de “ventilar”. Y recoge papeles que iniciaron una danza enloquecida por los rincones, la ceniza de la pipa que no quiso quedarse de brazos cruzados en el cenicero,  un trozo de tapete que su gato “Simón” se encargó de mordisquear.

Maravillada vi lo que descansaba sobre su asiento y casi grité “¡un SENKU”!  (Clásico solitario de los juegos de tablero originalmente llamado “uno solo” ) ¡Hacía años que no veía uno y pensé que se habían dejado de fabricar”, murmuré alzándolo con cuidado para que no  se cayeran las piezas.

“No estaba jugando, sino haciendo comparaciones con la vida y la amistad, y aunque no lo creas, tiene muchísimas similitudes. Pásamelo un minuto y verás”, pide extendiendo las manos y cogiéndolo con una delicadeza extrema.

“El SENKU se juega con este tablero en forma de cruz, donde todos los espacios están ocupados por conitos pequeños, salvo el del centro, por eso el jugador tiene que ir comiendo las piezas para quedar él solo en el centro mismo y “reinar”, ¿me sigues?”

Asiento, mientras continúa: “aunque la gente  esté muy sola – el mal de nuestros días, la peor peste es la soledad-  tiende a creer que es el centro del universo. Y cuando alguien se acerca aún con la mejor de las intenciones, al poco tiempo comienza a desconfiar. O los quita del medio y de su lado con la facilidad con la que hago esto (lanza una pieza por el aire), y luego otra (va la segunda) y otra más”.

“El ser humano es un bicho raro. Ama profunda y entrañablemente con pasión, e instantes después comienza a odiar. Y para cruzar ese extremo solo basta un gesto, una palabra NO DICHA, una confesión que no hiciste, un hecho que no relataste porque sencillamente no te pareció importante”.

“El ser humano pretende que un amigo sea no solo eso, también hidalgo que le defienda, luchador empedernido que le levante cuando las fuerzas le abandonan. Papá y mamá. Escucha incansable mudo de palabras y comentarios, marioneta capaz de tironear y manejar. Pero a la hora de prodigarse, responder de idéntica forma, se preguntan “¿por qué voy a perder mi tiempo? ¿Éste que se ha creído, que soy su esclavo? O “¿éste de qué va?”…

“Y la amistad, el compañerismo, el cariño y el amor, nada tienen que ver con eso. Es cierto que hay que  tener una enorme capacidad de DAR, pero también se debe pagar con la misma moneda, porque la vida no es cuestión solo de aprovecharse del otro y esperar”.

“Nadie es dueño de tus oídos, sobre todo cuando no los tienen a la hora de escuchar. Nadie es dueño de tus decisiones y por eso no debes pedir permiso a la hora de enfrentar un problema o actuar. Nadie es dueño de tu cabeza, tu corazón ni tu lucha…y eso es difícil de aceptar”.

“Por eso ¿qué hacen la mayoría de los mortales? Descartar una ficha tras otra. Como en el SENKU, hacerlas desaparecer, comerlas con voracidad porque al sentirse el centro de todo no admiten que la necesidad imperiosa del otro, de los demás.”

“Esto pasa en la política, en la amistad, en el trabajo, en las relaciones sociales . El creerse por encima de todo y de todos les hace sentir fuertes, enteros y soberbios.
Impunes y capaces de cualquier desmán. Y cuando llegan al final del juego sin nadie que les “oiga” ni respalde, sin admitir que les ha faltado destreza e inteligencia, se avergüenzan de sí mismos y admiten su culpa  encerrados entre cuatro paredes.
En esas mismas, donde nadie los ve, y pueden lamentarse, lamer sus heridas, culparse por lo que han perdido y ya no podrán recuperar”.









domingo, 9 de marzo de 2014

CUANDO PIERDES LA COSTUMBRE



Era matemático, siempre lo hacía,  y no me cansaba de observarla.
A esta altura todavía me pregunto si eran manías de anciana, tics o sencillamente hábitos de los que no pretendía desprenderse, aunque ella – sonriendo al ver que la miraba con insistencia- repetía: “ya ves…la cosa es no perder la costumbre”.

Sé que a veces la depresión podía con ella. Y por las noches, antes de dormirse rezaba mil veces la misma oración. Y que en infinidad de ocasiones, ayudándola a hacer la cama, encontraba bajo la almohada su pañuelo – blanco, bordado con un festón y unas rosas tan pequeñas que solo eran “visibles” al tacto- mojado de lágrimas.
Pero invariablemente, mi abuela, lloviera o tronara, siempre se levantaba con una sonrisa. Siempre, “porque el mal humor llegará durante lo que queda del día”, solía explicar.

Encendía el fuego en la cocina – “para entibiarla y hacer el sitio más acogedor”- ponía la radio aunque fuese bajita “me hace sentir que hay mucha gente a mi alrededor”, y tarareaba melodías secretas en un susurro que juro no haber escuchado en ninguna otra boca y ella lo explicaba con un: “es algo así como un mantra para darme ánimos, estoy convencida que si yo no me lo doy…”.

Mi abuela era inteligente, aunque apenas había terminado los estudios primarios. Aguda. Incisiva. Veloz – a pesar de su eterna pelea con los huesos-.
Mi abuela era una luz brillante por si misma que iluminaba la habitación.
Y era bondadosa y sabia, sobre todo cuando llegaba el momento de dar una explicación.

“Cuando pierdes la costumbre”, repetía, “poco a poco te vas encerrando en ti mismo y aunque se ha dicho muchas veces “dejas para mañana lo que puedes hacer hoy”.
“Vas alejándote de los conocidos porque: “la última vez fui yo la que les llamé, ahora les toca a ellos”, y así esa gente – que estoy segura piensa lo mismo- pasa a ocupar un tercer o cuarto lugar en tu corazón.
No te pones guapa porque total, la única que se mira y ve lo que hay soy yo ”

“Cuando pierdes la costumbre, tu único viaje es el de ida y vuelta a la nevera para sentarte después frente al televisor.
Tu cerebro que cuando quiere es malísimo,  te hace creer “que hay que dar todo por sentado”. Entonces dejas de decir: “no sabes cuánto te quiero”, “necesito de tu abrazo”, “consuélame, que más no puedo”. ¿Puedo ayudarte?. Si lloras sobre mi hombro, te sentirás mejor”
O te “puede saltar de alegría” el espíritu, cuando los amigos te invitan a su casa, pero unas horas antes de salir te repites: “¡qué pereza! ¡con lo a gustito que estaba aquí yo”.

“Cuando pierdes la costumbre te empiezan a crecer telarañas invisibles que te amarran a aquel sofá o a este sillón".
“No cuentas la verdad de lo que te sucede porque no quieres alarmar, y a la única que te entra pánico y no encuentras la salida eres tú misma… eres “vos”.

“Poco a poco te vas aislando, y das brochazos de colores grises a tu expresión. Te vuelves taciturna, frunces el entrecejo sin apenas darte cuenta y la sonrisa se vuelve amargo gesto de rechazo con un toque de dolor”.

“Por eso, apenas me despierto, me regaño en voz bajita: “no por rutina María, pero saluda al día con una sonrisa, muéstrale a la vida tu empatía y que tenga bien en claro, que si “te la pone difícil” aquí te encontrará dispuesta a luchar y enfrentarte a lo que sea, porque “no has perdido la costumbre” de ser guerrera, madre, amante, temporal, carrusel incasable  y ciclón”.

“Porque si llego a “perder la costumbre”, sé que  ya no habrá vuelta atrás  para aferrarla como sea…se habrá escapado y la única culpable habré sido yo”…