CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

miércoles, 20 de noviembre de 2013

EL SELLO INVISIBLE



Son muchas las veces en que pienso, que todos nacemos con un Sello Invisible “camuflado” o escondido bajo el cuerpo.
Si me preguntáis por donde comenzar a buscarlo, si puedo dar algún rastro o pista, la contestación es “No”. Solo imagino que antes de venir al mundo Alguien (tampoco sé quién) se ocupa de seleccionarnos con meticulosidad, eligiéndonos, diciendo: “éste sí”, éste… tal vez…” o al siguiente le aparta a un costado para pensárselo mejor.

A muchos, desde el primer berrido, la vida no nos ha resultado fácil.
No  transitamos por caminos de rosas, sino plagados de espinas. No conocimos las palmadas en la espalda (salvo casos contados con los dedos de una mano) , sino más bien bofetones e “intentos” – que quedaron en eso o a veces llegaron a buen puerto- intentos de humillación.

No sabemos, aquellos “elegidos”, de ascensos meteóricos. Ni enchufes continuos. Dinero a raudales. Tampoco disfrutamos de una sólida posición.

Fuimos creciendo forjados a la luz del yunque y hierro. De golpes sobre la fragua. Desilusiones. Caídas y remontadas. Decepciones y alegrías. Pero sobre todo, nos moldeamos en la honestidad, el valor de la palabra. La necesidad imperiosa de tener a nuestro lado un amigo que jamás nos dio la espalda. Del compañero/a que con ternura, paciencia e insistencia nos conquistó el corazón. Del sentido del deber y  de la enorme importancia que tiene el honor.

Hay otros, que en contrapartida lo tienen todo, o eso al menos creemos.
Holgura económica. Incondicionales a puñaos que desaparecen en cuanto asoma el primer nubarrón. Hijos excelentes y brillantes, genios sin descubrir, con una blandura en el alma que provoca escozor.

Y enormes casas que solo escuchan pasos silenciosos.
Y paredes en las que retumba el eco de su voz.
Y una soledad inmensa difícil de paliar.
Rabia y celos por tener lo que otros tienen – aunque sea mínimo- y una envidia que les carcome el alma, al comprobar la entereza que los demás enarbolan y ellos rotundamente no…

Son los primeros que caen y no atinan a ponerse de pie.
Son los que no tienen ni idea como empuñar el hacha, la maza o el martillo, para romper el caparazón.

Los que viven angustiados preguntándose: “¿vale la pena vivir así?, ¿por qué lo tengo todo y no tengo nada? ¿a quién se le habrá ocurrido diseñarme como soy?”.

Por eso en infinidad de ocasiones pienso que algo o Alguien, está detrás nuestro antes de pisar la tierra.

Alguien que nos pone un sello invisible bajo la piel que nos hace fuertes, vulnerables, tímidos u osados.

Auténticos o con doble faz.

Dispuestos a pelear o a atrincherarnos esperando el momento de “espiar si todo ha pasado” para asomar la nariz cuando despeja.

Si fuese así como pienso, si estoy en lo cierto, sé que no soy la única sino que hay miles y miles, millones de personas, que llevan con orgullo la “marca” de nacimiento que nos hace ser diferentes, especiales y combativos aunque la lucha constante y el sacrificio sean nuestra eterna opción.



sábado, 9 de noviembre de 2013

ANTES...



¿Qué “todo tiempo pasado fue mejor”?. No lo sé.
Tampoco si “antes” todo era diferente. Porque mi “antes” tiene un principio. Un final. Un largo recorrido. Un volver  aunque sea rozando con brochazos de nostalgia el punto de partida.

En mi “antes” hay una larguísima mesa con sillas que ahora están vacías. Y carcajadas. Y retos velados y no tan velados.
Discusiones y reproches.
Chiquillos que -ya son abuelos- correteando por los rincones. Otros que se han marchado quizás a un lugar desde donde nos espían divertidos, orgullosos de lo mucho o poco que hemos logrado.

Antes, los mayores nos contaban que jamás  pisaban los Bancos, desconfiaban de las promesas que les hacían los responsables.  Guardaban el dinero debajo del colchón.
Ellos siempre tenían en la alacena,  conservas, pastas secas, mermeladas y galletas, como si de un día para el otro se avecinara un tifón.

Las puertas de las casas siempre estaban abiertas para el amigo que necesitaba ayuda, un plato de comida. Cobijo y cariño. Consuelo. Un poco de comprensión

Antes, la palabra que daban para cerrar un negocio valía más que una firma, un recibí, un talón.
Antes, aunque habían oyeran hablar de estafas brutales los mayores jamás habían probado  la miel amarga de  la corrupción.
Dudar era impensable. Confiar con los ojos cerrados a quien se mostraba transparente, honesto y honrado más que una convicción.

Recibir ropa en buen estado porque a tu prima le había quedado pequeña, no era una ofensa, por el contrario, te hacía ilusión.

Vivíamos sin internet y escribíamos cartas interminables que temblaban en nuestras manos rogando que llegaran a destino, cuando estábamos a punto de que la engullera el buzón.

Los móviles no existían y las carreras para avisar desde una cabina (o un público) que “llegábamos un poquito más tarde y no se preocuparan”, eran pan de todos los días.

Fuimos creciendo poquito a poco y sin saltar etapas.
Fuimos madurando sin apenas notarlo.
Nos formamos sintiendo que era un triunfo cada conquista, cada reto, cada escalón que subíamos y lo hacíamos por amor propio, empeño y vocación.

Y lloramos como nunca pensamos que podríamos llorar, cuando nos dejaron plantadas,  sin saber que nos volveríamos a enamorar de una manera loca, atrevida, imprudente, al conocer “al hombre”  que nos rasguñó con paciencia el corazón.

Y fuimos felices.
Absolutamente felices con nuestros más y nuestros menos.
Enseñamos a nuestros hijos que el camino era luchar y aprender de los fracasos desconfiando del primer adulador.

Que tropezar no era caerse, sino trastabillar.
Que el “no” siempre lo tenían los demás como respuesta, y había que batallar muy duro para desterrar el no.

Tal vez por eso me gusta disfrutar de esos ramalazos del antes.
Quizás porque he aprendido que jamás hay que bajar la guardia. Que nada está perdido si te empeñas.

Que si la vida fuese tan sencilla, tan dulce y complaciente, no naceríamos llorando y lo hacemos irremediablemente cuando vemos la primera luz del mundo y cerramos los ojos para decir adiós…



viernes, 1 de noviembre de 2013

LA MENTIRA



Recuerdo que hace muchos, muchos años, una tía materna que era poco tierna y nada  cariñosa siempre tenía a flor de piel y en la punta de los labios la frase – dijeras lo que dijeras- “¡eres una mentirosa!”

Esa palabra, esa sola palabra final (mentirosa), que se encargaba de remarcar y arrastrar como si gozara infinitamente al pronunciarla y le causara un placer incalculable, me dolía más que un cachetazo inesperado en la boca.

Desde entonces – desde esos momentos que aunque intento no recordar me asaltan por sorpresa sin avisar- me prometí no mentir jamás.
Y con el correr del tiempo, debo confesar sin ponerme roja ni ocultarlo, que no rompí una sino cien mil veces la promesa e intuyo que lo volveré a hacer sin más.

Cuando le comenté el pecado  a un buen amigo psicólogo, se llevó las manos a la cabeza sonriendo y repitiendo por lo bajo: “Ah…¡qué horror!!!”. Y después de unos segundos agregó:  “Nadie dice nunca la verdad, sobre todo cuando hablamos de nosotros mismos y siempre cambiamos algo para atenuar la tristeza que produce la realidad”

“Toda la verdad,  repito, nunca la dice nadie. Tal vez sea por miedo a mostrarnos tal cual somos, a desnudar defectos y debilidades, angustias y miserias. Terror a darte a conocer cómo eres, experimentar en el otro rechazo, “miedo al contagio” y recelos. Abandono y lejanía. Exclusión y desconfianza. Temor”

“Los que afirman que no mienten son los más peligrosos y de ellos justamente debes desconfiar. Cuando indagas un poco, tan solo un poco y les preguntas que hacen, cómo viven, cualquier detalle que parezca algo trivial empiezan a contar sus batallitas, sus logros y proezas, sus méritos y conquistas y en general exageran y se atribuyen cualidades de aquellos a los que admiran pero están lejos de conquistarlas… o lo que es peor, están convencidos que no las conquistarán jamás….”.

“La vida está llena de mentiras gordas y graves. Imperdonables y justiciables. Mentiras arriesgadas que pueden poner al borde del estallido y del colapso a un país”.

“Mentiras piadosas  que forman parte de nuestro día a día y que podríamos llamar “perdonables” sencillamente por un motivo: “a la mayoría de los seres humanos les enferma la sinceridad”

“Mientes cuando dices “me lo esperaba” y la puñalada trapera que has recibido te desequilibró hasta el punto de perder el sentido.

“Mientes cuando dices te amo, y solo hay entre él y tú, solo una entrañable amistad”

“Mientes cuando susurras: “Ya estoy acostumbrado”, cuando a la traición nunca te acostumbrarás”

“Y lo haces cuando en vez de decir NO con todo el cuerpo, bajas la cabeza y te dejas humillar”

“Y vuelves a mentir cuando excusas tu parsimonia en un “yo no podría” sabiendo  perfectamente que si te empeñas lo harás”

“Si todos los mentirosos fuesen al infierno, ya no cabría ni un alfiler más…”

“Debemos aceptar que la mentira forma parte de nuestras vidas, pero el gran secreto es descubrir quién las dice, en qué momento, con qué oscuros fines y hasta donde pretende llegar”, agrega.

“Siempre ten presente tres frases dichas por tres hombres sabios:
.”Las mentiras más crueles son dichas en silencio”
.”Con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver jamás”
.”No porque todo el mundo crea en una mentira, esa mentira se convierte en realidad”…

Hasta la próxima…