Son muchas las veces en que pienso, que todos nacemos con un Sello Invisible “camuflado” o escondido
bajo el cuerpo.
Si me preguntáis por donde comenzar a buscarlo, si puedo dar
algún rastro o pista, la contestación es “No”. Solo imagino que antes de venir al mundo Alguien (tampoco sé
quién) se ocupa de seleccionarnos con meticulosidad, eligiéndonos, diciendo:
“éste sí”, éste… tal vez…” o al siguiente le aparta a un costado para
pensárselo mejor.
A muchos, desde el primer berrido, la vida no nos ha
resultado fácil.
No transitamos por caminos
de rosas, sino plagados de espinas. No conocimos las palmadas en la espalda
(salvo casos contados con los dedos de una mano) , sino más bien bofetones e
“intentos” – que quedaron en eso o a veces llegaron a buen puerto- intentos de
humillación.
No sabemos, aquellos “elegidos”, de ascensos meteóricos. Ni enchufes continuos. Dinero a raudales.
Tampoco disfrutamos de una sólida posición.
Fuimos creciendo forjados a la luz del yunque y hierro. De
golpes sobre la fragua. Desilusiones. Caídas y remontadas. Decepciones y
alegrías. Pero sobre todo, nos moldeamos en la honestidad, el valor de la
palabra. La necesidad imperiosa de tener a nuestro lado un amigo que jamás nos
dio la espalda. Del compañero/a que con ternura, paciencia e insistencia nos
conquistó el corazón. Del sentido del deber y
de la enorme importancia que tiene el honor.
Hay otros, que en contrapartida lo tienen todo, o eso al
menos creemos.
Holgura económica. Incondicionales a puñaos que desaparecen en cuanto asoma el primer nubarrón. Hijos
excelentes y brillantes, genios sin descubrir, con una blandura en el alma que provoca escozor.
Y enormes casas que solo escuchan pasos silenciosos.
Y paredes en las que retumba el eco de su voz.
Y una soledad inmensa difícil de paliar.
Rabia y celos por tener lo que otros tienen – aunque sea
mínimo- y una envidia que les carcome el alma, al comprobar la entereza que los
demás enarbolan y ellos rotundamente no…
Son los primeros que caen y no atinan a ponerse de pie.
Son los que no tienen ni idea como empuñar el hacha, la maza o el martillo, para
romper el caparazón.
Los que viven angustiados preguntándose: “¿vale la pena vivir
así?, ¿por qué lo tengo todo y no tengo nada? ¿a quién se le habrá ocurrido diseñarme como soy?”.
Por eso en infinidad de ocasiones pienso que algo o Alguien, está detrás nuestro
antes de pisar la tierra.
Alguien que nos pone un sello invisible bajo la piel que nos
hace fuertes, vulnerables, tímidos u osados.
Auténticos o con doble
faz.
Dispuestos a pelear o a atrincherarnos esperando el momento
de “espiar si todo ha pasado” para asomar la nariz cuando despeja.
Si fuese así como pienso, si estoy en lo cierto, sé que no
soy la única sino que hay miles y miles, millones de personas, que llevan con
orgullo la “marca” de nacimiento que nos hace ser diferentes, especiales y combativos
aunque la lucha constante y el sacrificio sean nuestra eterna opción.