Se llegaba después de atravesar un largo pasillo donde
nuestros pasos – que parecían pertenecer a otros- retumbaban, la penumbra engullía y el enorme cuadro del abuelo
Juan parecía seguirte con la mirada durante el recorrido.
Al final, después de cruzar una pequeña antesala, te topabas
con la cocina: enorme, cálida, cruzada por
una mesa donde las sillas vacías esperaban a sus dueños, mientras bostezaban de aburrimiento y se pegaban unas junto
a otras a la espera de un visitante
imprevisto.
Frente al fogón de hierro siempre encendido, con llamas que
chisporroteaban, encontrabas a mi abuela María “con algo” entre las manos: una
labor de punto, bufandas a medio tejer, calcetines largos para los nietos, o patucos diminutos para el que “está por
nacer” o recién nació.
Entonces te miraba con ojitos traviesos – que jamás conocieron las gafas- se ajustaba el
pañuelo negro a la cabeza, alisaba el mandil retirando la costura y repetía:
“estaba segura que vendrías”.
Ella siempre estuvo, en mi memoria infantil y luego adulta,
envuelta en un halo de misterio, como si se anticipara a todo (o estuviese de
regreso de todo), como si la sabiduría que no regalan el instituto ni la
universidad, hubiera regido su destino y nada le fuera desconocido.
Y fue un secreto que nunca comentó…hasta aquella tarde cuando
sentadas junto al fuego, mientras festoneaba
una labor, susurró como al pasar: “no tiene truco ni vuelta, sigo “las
señales” y escucho mi corazón”.
“Cuando andaba por
tu edad, que mis once años tuve aunque parezca mentira (se rió), confiaba en
todo el mundo, creía que “todo el mundo” era bondadoso, caritativo, sencillo,
humilde, solidario y tardé darme cuenta que estaba equivocada. Fue la misma
vida quien me enseñó que no todos hemos
sido “calcados” con carbonilla, y hay diferencias y clases. Un saber captar a los demás que algunos se
empeñan en llamar un “don”.
“No es así. Aquí donde las ves, duelen estas manos de haber apretado
tanto en vano a otras que no correspondieron. Los brazos de proteger sin siquiera
recibir un “gracias” a cambio. De luchar sin descanso tratando de evitar ser
pisoteada. Agotada de empujar márgenes a
codazos para hacerme un lugar”
“Un buen día comprendí que debía mirar pero que muy bien todo
lo que me rodeaba, pero también escuchar mi “yo interior”. Quedarme quietecita y
escucharlo, entender lo que explicaba.
Tomar cuenta de mis errores. Recordar aquello que aprendí con dolor”
“Aunque no lo percibas, desde el momento que naces, ALGUIEN – decide
tú quien- nos ha puesto señales en el camino que debemos seguir. Y les pones el
nombre que quieras: chispazos, luces, avisos
que te hacen volver a la realidad, poner los pies sobre la tierra…y en esto no
hay brujería ni premonición”
“Si logras ver las
señales, si te tomas la molestia de hurgar en tu mundo particular, si le
haces caso a “esa vocecita” que te indica y ayuda a reconocer quien es quien en
este universo similar a una selva, lo
que está bien, mal o peor, abrirás una pequeña cajita de sabiduría que solo te
pertenecerá a ti y podrás consultar en cualquier momento…y vuelvo a decirte:
“presta atención a lo que susurra tu
interior”.
“Solo entonces comprenderás que hay infinidad de frentes abiertos contra
los que tendrás que luchar un día, otro, y otro más.
Descubrirás trincheras
donde refugiarte.
Amigos leales que no
piden nada a cambio.
Traicioneros que te delatarán
en cuanto se presente la ocasión”
“También hallarás risas para compartir y llantos para
enjugar.
Dolores “insuperables” que finalmente lograrás superar.
Experiencias a granel
que te irán forjando sin que lo adviertas.
Y una tarde cualquiera, caerás en la cuenta que has crecido y
madurado tan “a tu tiempo” siguiendo esas “señales” que te ha regalado la vida
y de la que nunca te apartaste ni desviaste la atención”…
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