CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

domingo, 6 de abril de 2014

LA PUERTA ENTREABIERTA



Corrían los 80. Era la época del “Flower Power” . El grito propio. Las ansias de libertad. El sorprenderse ante un mundo que había dado un vuelco tan impresionante y repentino que apenas había tiempo de reaccionar.

Corrían los 80 y  nos “uniformamos” con pantalones pata de elefante. Palazzos. Faldas largas. Estampados “Liberty”. Sombreros y gafas de sol enorme que nos parapetaban y rechazaban de forma obstinada que giráramos la vista atrás.

Era el tiempo de  sandalias de cuero artesanales, bolsos en bandolera desflecados, amor sin “escondrijos” que lo ampararan, silencios que se convertían en torrentes de  palabras.
Tiempos de bullicio.
Tiempos de paz.

Por entonces, solía ir a casa de una amiga los fines de semana a estudiar. Y los estudios se convertían en tertulias, charlas interminables que se prolongaban hasta la madrugada. “Arreglábamos el mundo” sin titubeos y con decisión. Sin miedo y sin prejuicios, extendiendo la mano de manera ilimitada  y con absoluta bondad.

La madre de Ana – así se llamaba mi íntima- era una mujer mayor – más de sesenta y pico- pero con una juventud a flor de piel imposible de describir o imitar.

Todavía recuerdo  los pies descalzos de Natasha (“mamá postiza” de cada una de nosotras)  y la forma en que los deslizaba sobre el suelo  casi sin oírla andar. Su risa que contagiaba frescura. Sus enormes ojos azules. Su pelo rubio recogido en una trenza, y su cabeza erguida que solamente “doblegaba” ante las artesanías en las que trabajaba para después vender en una feria a pocas calles del lugar.

Una tarde de sábado, me senté a su lado en el suelo para ver como sus manos entrelazaban con una rapidez increíble, trozos de gamuzas, hilos de colores, cuentas y piedras minúsculas que hilaba con una habilidad especial.

Antes de finalizar la pulsera que estaba fabricando, una y otra vez, echaba ojo a una puerta que daba a un pasillo infinitamente largo que desembocaba en la entrada, mirándolo insistentemente con un interés especial.

Le pregunté entonces si esperaba a alguien…y me clavó los ojos con una mirada tan lánguida, tan fuerte y tan especial que preferí guardar silencio. Solo la quise escuchar.

“En mi país – Alemania- pero sobre todo en el pueblo donde nací, tenemos una leyenda que nos encanta a veces recordar”, dijo con una voz muy suave.  “La nostalgia, la tristeza y la depresión siempre van de la mano y es bastante complicado intentar que nos dejen de acompañar. Es toda una faena deshacerse de ellas porque están muy a gusto en nuestro interior  ¿haciéndonos daño? ¡Mucho más!”

“Pero es cuestión de tiempo y valentía. De “abrirles la puerta” pero mirar más que bien para comprobar que no traen ni mochila ni equipaje. Ni maletas, ni cajas con trastos que arrastran de “épocas pasadas” para instalarse dentro tuyo sin pedir siquiera permiso. ¡Así, sin más ni más!.”

“Es bueno que se queden un tiempo porque te ayudan a reflexionar. A repasar viejos errores. A sacar el cálculo de lo que has hecho bien. De lo que  hiciste francamente mal”
“Pero cuando las cuentas están saldadas, cuando logras recuperar no sin dolor, el equilibrio y aprendes a pedir perdón, a prometer que jamás te darás de cabezazos contra la pared por lo que NO has  hecho mal, cuando nivelas tu alma, tu conciencia y tu cuerpo, recuperas la fe en ti misma y sobre todo la seguridad, es tiempo de dejar esa puerta entreabierta que ves allí, para que recojan lo poco que han traído y tan sorpresivamente como han llegado entiendan que se deben marchar”







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