CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

miércoles, 24 de septiembre de 2014

LAS PUERTAS



Se abren. Se cierran.
Se entornan sin darnos cuenta.
Descubrimos la primera cuando recién abrimos los ojos a la vida y un cachete nos indica que es hora de salir del nido y disponerse a pelear.
Van cambiando de tamaño al tiempo que crecemos.
Son minúsculas, pequeñas, insignificantes hasta que nos dicen “ya tienes uso de razón·”.
Y desde entonces nos vemos obligadas a forzarlas para poder entrar.
Hay puertas con las que nos dan en las  narices.
Lo hacen aún aquellos que por cariño o mal entendida condescendencia - ¿admiración?- les hemos dejado pasar antes de escabullirnos sin miramientos.
Esos “portazos” no se olvidan con facilidad. Aunque no sangran a la vista  producen un tremendo desgarro  interior.

Existen puertas a las que hay que golpear con insistencia.
Aquellas que sabemos resguardan voces, reuniones, carcajadas y susurros. A las que nos está vedado traspasar…pero allí están mientras nos repetimos: “ahora  no…pero ¿mañana?” y nos retiramos suspirando  prometiendo que esa negativa cambiará a medida que avance nuestra determinación.

Las puertas del afecto se distorsionan y cambian de perfil a medida que cumplimos años. Son las que resguardamos bajo siete llaves por haber dejado entrar a quien no lo merecía, las que quedaron ventilándose eternamente y nadie se percató.
Las que sostenemos con un candado flojo para que “alguien” estire su mano y descubra la combinación.

Las puertas son mágicas.
Impredecibles.
Nos sobresaltan con sus estallidos.
Tienen el poder de emocionarnos o deprimirnos.
De cambiarnos la vida
También de destrozarla si no les prestamos atención
Por eso,  no hay que tapiarlas, ni relegarlas a un segundo plano.

Solo estar atento a su chirrido – a veces casi inaudible- que nos “avisa”,  nos observa, nos dice que están para abrirlas, cerrarlas u olvidarlas sin más.

Y debemos dar ese paso después de observar  la imagen que nos devuelve el espejo.
Después de constatar  lo que fuimos, lo que  queremos ser y  el camino recorrido nos negó.
Apelando a nuestra sinceridad, a  nuestro coraje, amor propio y decisión.

Sí. Las puertas son mágicas.

Basta empujarlas despacito para dejar que nos sorprenda con todo aquello que celosamente guardan en su interior…

(cora.lasso@hotmail.com)

lunes, 1 de septiembre de 2014

COMO POR ARTE DE MAGIA


Aparecen y desaparecen como si tuvieran vida propia.
Se van por un ratito o por un tiempo indefinido que no es capaz de marcar ningún reloj.
Aunque uno esté convencida que la última vez los dejó allí mismo, en el penúltimo cajón a la izquierda, bien a la vista, caprichosamente se retiran sin hacer ruido.
Como por arte de magia.
El foulard se ha aburrido de colgar sus brazos interminables  en la misma percha y se escabulle ¿junto a los jerséis? Aquella camiseta que empecinadamente  usas hasta el infinito y  has doblado sobre la silla ¿qué camino tomó?
Es inútil que busques. Pongas el ropero patas arriba, es absolutamente inútil porque una mano invisible – o tal vez los mismos objetos- se encargaron de acurrucarse hasta cuando se les antoje y asomen la nariz por el hueco de cualquier cajón.

Extrañas similitudes de las cosas que “se nos pierden”  con los sueños que elaboramos.  ¿Casualidades? ¡No existen! Nada está librado al azar. Aunque  desconozcamos quien se encarga de ocultar las oportunidades, nos  las arrebata, las hace disolver en el aire cuando estaban al alcance de la mano y vuelven a convertirse en realidades, sin motivo ni razón, todo parece estar cronometrado.

Y lo compruebas cuando llegan galopando cuando menos lo esperas.
O tan, tan despacio que sus cascos son inaudibles.
O las escuchas de forma tan lejana y remota que supones que jamás estarán a tu lado.
O se desvanecen como pompas de jabón.
Cuando no encuentras lo que buscas, caes en el error de repetir: “las debo haber puesto en otro sitio, ya aparecerán. La culpable soy yo”.

Y es verdad.
Se es culpable de no  remover cielo y tierra hasta descubrir aquello que ha tenido vida propia y por pura inercia, desasosiego o tediosa costumbre se ha planteado decir “chau” …”hasta luego” o “adiós”.
Se es culpable al empuñar la maza y derribar tus  sueños.
Se es culpable de hacer añicos tu  ilusión.
De ceder y no perseguir.
De rendirse ante el cien mil veces escuchado: “Imposible”. “No”.

Porque las cosas- como el destino- mutan. Cambian. Se transforman. Se empequeñecen o se agigantan.

O se esfuman como por arte de magia.
Y sólo uno mismo está en condiciones de poner la rueca en marcha, y agregarle eternamente si es necesario, el fuego de la esperanza hasta que se planten delante y con su vocecita inaudible nos repitan: “Nunca me fui, solo salí a dar un paseo…Aquí estoy…”