No nos damos cuenta,
hasta que caemos en la cuenta que
nada es como nos lo habían pintado.
Que la realidad no
tiene una sola cara, y las otras, las que ni siquiera imaginamos, nos acechan
dispuestas a despertarnos y volvernos de
un navajazo a poner los pies sobre la tierra.
No nos damos cuenta de
lo que somos ni de lo que valemos, hasta que todo se esfuma y nada es igual.
Cuando la estructura se
desmorona.
Cuando quieres gritar y
la voz se niega a salir.
Cuando el mundo que
tenías desaparece sin siquiera haberlo notado –porque fue todo tan tácticamente
calculado milímetro a milímetro que pasó desapercibido a nuestros ojos y los de
los demás.
No nos damos cuenta de
lo que hemos amado con pasión, hasta que el sueño se desvanece. Cuando llega el
adiós inesperado. La frase hiriente tantas veces callada. El desencuentro
maquillado de rutina. La conformidad. La disculpa. El perdón que nos pidieron y
jamás se nos ocurrió negar. La tremenda desazón.
No nos damos cuenta de
lo que pudimos llegar a ser y olvidamos en el camino. Y de lo que somos a
fuerza de tesón y férrea voluntad.
Ni valoramos el
habernos forjado a hierro y yunque, derramando lágrimas y escondiendo sonrisas.
Tejiendo esperanzas en hilos tan finos que se fueron deshilachando y volvimos a
anudar con torpeza, artesanía, belleza o improvisación. Pero los fijamos bien
fuertes…sin medir el precio de nuestro valor o la eternamente defendida
dignidad.
Nos creímos dueños del
universo, basándonos en palmadas y elogios.
Y cuando caímos, el
estruendo fue mayor.
Nadie tendió la mano
para ayudar a levantarnos, a apretarnos con firmeza contra el pecho, a pedirnos
que no decayéramos, a explicarnos con paciencia que la vida no era buena ni
mala, ni vengativa ni irreverente.
Solo era una sucesión de
pruebas que debíamos ir cumpliendo y aprobar.
Paso a paso.
Poco a poco.
Sin creernos el centro
del mundo ni el último que llegaba preguntando “¿qué lugar ocupo yo?”.
Hasta que caímos en la
cuenta que confiar era
imprescindible, pero también palpar el hoy.
Nos costó sangre, sudor
y lágrimas aprender que los proyectos tienen corta, mediana o larga duración. Y
los sueños hay que guardarlos bajo siete llaves, porque cuando menos lo esperas
te asaltan y se los llevan o se
cumplen tal y cual pediste en el “mantra” repetido como oración.
No nos damos cuenta del
poder inmenso con el que cada uno nace.
Tampoco de nuestra
capacidad de protegerlos.
Seguimos
avergonzándonos que nos tilden de “locos”, “desubicados”, de “no asumir
nuestras limitaciones”, ni que “ya no estamos en edad…”
¿Y por qué
no?...Sencillamente me pregunto…¿por qué no?...
Tengas los años que
tengas, siempre hay espacio para el milagro, para el descubrimiento, para abrir
caminos donde nadie ha osado sembrar.
Siempre un pequeño
hueco donde puedes introducirte y teñir la imagen en blanco-negro, con el color
que tengas a mano. Con cualquier color, porque lo que verdaderamente importa es
darle un toque inimaginable, y lo valedero, “atreverse a destrozar el lienzo y pintar”.
Perfilar tus ideas.
Darles forma.
Tirar prejuicios solo
empujando un dedo.
Solo hay que saber
esperar. ¡Y cuánto cuesta hacerlo!
Pero no nos damos
cuenta que “no es lo que uno pierde, es lo que uno gana en cada pérdida”.
Y cuanto antes nos
demos cuenta de la inmensidad de la frase…todo será más llevadero y comenzará a
mutar.
Cuanto antes la
interiorices, te convenzas que no es una utopía, algo despertará con una
rapidez inconmensurable, y tú, solo tú serás el “culpable” de cambiar esa vida que jamás imaginaste serías capaz de moldear…
(cora.lasso@hotmail.com)
(cora.lasso@hotmail.com)
No hay comentarios:
Publicar un comentario