CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

lunes, 8 de julio de 2013

"NO DEBERÍA..."




No es la primera vez que hablo de mi amigo. Ése, el  que ha pasado la barrera de los setenta y muchos con creces. Tampoco de la vitalidad que le caracteriza. Su forma de mirar y entender el mundo. Su filosofía de vida. Su espíritu luchador. Su batallar incansable y frenético. Su sentido del humor.

Hace bastante tiempo que no paseamos juntos.  Poco y nada le veo en verano, porque  prefiere encerrarse en su apartamento amplio de techos inalcanzables, atestado de libros y periódicos, que después de asaltar la biblioteca, buscan un rinconcito donde estirar los brazos, pegar un bostezo, mirar de reojo a las visitas. Desperezarse. Continuar su siesta rutinaria sin levantar la voz.

La última vez que lo hicimos la noche invitaba a confidencias.
Se calzó hasta las orejas el sombrero del que nunca se separa. Arregló su barba frente al espejo y antes de salir – haciendo un gesto - pidió un momento para perderse por aquel pasillo oscuro, recoger algo en la cocina, regresar  después que le precediera un ruido de cacharros, puertas que se abrían y cerraban y un “grito de triunfo” que me sobresaltó.

En la calle me cogió del brazo y me guió hasta una terraza de Las Vistillas donde la vista era realmente impresionante. Tardó bastante en elegir una mesa y cuando nos sentamos le pidió al camarero una copa de vino blanco para él, y una cerveza “sin”  para mí, que no bebo alcohol.

Si me pareció extraño que me invitara allí – siempre comentaba los precios “exageraos” de las terrazas madrileñas- mucho más me intrigó que no dijera una palabra y tuviese clavada la vista en un banco prácticamente escondido, donde una parejita hacía manitas e intercambiaba  ronroneos de amor.
Estuvimos en silencio casi media hora hasta que de pronto me despertó de ese letargo con un “¡ahora!”, señalando el banco que había quedado vacío para que lo ocupara de prisa, mientras  hacía señas al camarero y pagaba la consumición.

Una vez a mi lado, después de esperar que terminara de reírse a carcajadas, se secara con un pañuelo de papel los ojos y rebuscara  en su viejo bolso  con dedos ligeros de donde rescató un Chardonnay aún frío, dos copas, y una cerveza sin con la que brindamos con un guiño cómplice,  como si hubiésemos cometido la mayor de las travesuras…fue cuando  me miró.

“Toda mi vida he sido un transgresor”, explicó despacio. “Ése es el secreto, el perfecto equilibrio, o al menos la fórmula que le doy a mis pacientes (es médico y psicólogo) para que afronten la vida sin complejos culpas o reglas preconcebidas: atreverse a cruzar el umbral de la transgresión.

“Literalmente…me paso por los fundillos  el “no debería”…¿Quién lo ha dicho, dónde está escrito, cuál es el manual que lo indica? ¿Por qué no puedo hacer lo que me venga en ganas?

“La culpa y el miedo son nuestros peores enemigos. Y si no empezamos a desterrarlos de nuestra mente, de nuestro cuerpo, de nuestras entrañas, si no empezamos a disfrutar de lo que tenemos y a cortar barreras, el mundo no solo  seguirá yendo a peor sino que cuando nos demos cuenta de todo lo que nos hemos perdido, será tarde para un solo “mea culpa”, un mínimo sollozo, alguna lamentación”.

“ ¿Crees que todos ven con buenos ojos que lleve coleta?. Pues no…¿y qué?. Paso de ellos y de sus pruritos. Salto a la otra acera. Me alejo cada vez más de esa gente. Busco a quienes me entiendan. Me voy.”

“¿Por qué debo aceptar: “que no es de recibo” que un hombre de mi edad se pasee por la calle con viejos vaqueros cortados a tijera a la altura de la rodilla ¿les debo pedir permiso o tal vez perdón porque mis piernas están llenas de venas y no son frescas y lozanas como antes? ¡Por supuesto que no!...”

“Mis pantorrillas están flácidas de tanto correr por la vida intentando atrapar un sueño. Una quimera. Una ilusión.
“Estas manos que ves estropeadas, todavía sirven para tenderla a quien las necesite sin preguntar que recibirán a cambio porque si son indispensables, las doy.
“Ya no escucho como antes, es cierto,  pero mis oídos siempre están dispuestos para recibir una historia, escuchar un pecado, a estar atentos  ante una frustración.

“Y no pierdo mi capacidad de asombro.
Ni mis ganas de aprender.
Ni el buen paladar al sentarme a la mesa.
Ni el placer inmenso al regalar una palabra de amor.
“Ni tirarme en la hierba descalzo mirando las estrellas, o bañarme desnudo en la playa cuando por haber no hay nadie y hasta se ha escapado el sol.

“¿Qué nado contra corriente? Tal vez,  pero no voy por la vida suplicando ser feliz porque si miro a mi alrededor compruebo que lo soy.

“¡He aprendido a reírme de mí mismo con ganas!.
“Y éste vino – dijo señalando la botella- no lo bebo pensando que mañana me levantaré con dolor de cabeza, me hará mal, me arrepentiré de haberlo escogido y traído a este sitio.

“Lo paladeo y dejo que crezca  en la boca. Acepto su invitación para saborearlo. Aparto de un manotazo la duda culposa,  hago un pozo imaginario en el suelo con el pie. Coloco en lo más hondo el “no debería”. Lo tapo con arena y cemento si es necesario. Me siento pleno hoy y ahora.
En este instante y cuanto dure.
Sin reproches. Sin temores. Sin una sola lamentación”

No me pregunto qué pasará mañana. Me siento pleno y satisfecho por vivir ahora. Vivir el hoy.




No hay comentarios:

Publicar un comentario