La primera vez que vi a
C.D. estaba detrás de su escritorio con
la mirada fija en un montón de papeles que bailaban
sobre la mesa. Los ojos brillantes e ingeniosos recorrían los párrafos con
ligereza. En cuestión de segundos mascullaba algo en español, hacía un bollo
con algún escrito. Lo encestaba en la papelera deteniéndose en el recorrido,
regalándose un pequeño gesto de satisfacción cuando acertaba.
C.D. era alto y grueso. Con unos bigotazos “a lo
Zapata” que le tapaban el labio superior y una voz ronca que alimentaba un habano que casi siempre
apagado, hacía juguetear entre sus dedos mientras hablaba.
Me pregunté qué edad
tendría – no supe calcularla- mientras esperaba con unos nervios tremendos que
atendiera las innumerables llamadas que iba recibiendo, firmaba los documentos
que le acercaba su secretaria, discutía de pie junto a la ventana con un
colaborador.
Nevaba en Chicago y
hacía un frío que traspasaba los huesos, pero en esa oficina había tibieza y
calor.
Aunque el espectáculo era majestuoso (desde su despacho casi se podía acariciar la mítica Water Tower de North Michigan Avenue) no
podía quitar mis ojos de ese director de
periódico México-Americano brillante, que había llegado a la ciudad – según me
contó años más tarde - como un “espalda
mojada” (cruzando la frontera escondido en los bajos de un autobús) sin un duro
en el bolsillo pero con “millones de sueños y esperanzas con las que pisé ésta
tierra sintiendo que iba a lograr ser
alguien aún cuando me dieran en las narices con millones de “no”.
¿C.D. fue un referente
en mi vida? ¡Claro que sí!. Gran parte de sus “consejos” me acompañaron y me
acompañan hasta hoy.
El día que nos
conocimos bebió tequila y yo agua de a traguitos pequeños. Palpó de cerca mi
temor al comprobar que tardaba en contestarle: “Pues, cuénteme que ha hecho
hasta hoy” e hizo “stop” con la mano al escuchar mis trabajos en el periodismo,
mis logros (¿?) pequeñitos, mis “intrépidas hazañas” para conseguir entrevistas,
las editoriales por las que había pasado, los cargos desempeñados…
“Lo que yo pretendo saber es de sus
fracasos” dijo. “Cómo salió de ellos. De qué manera les enfrentó. De qué
arcilla está hecha la persona que pretendo contratar. Que madera la moldeó”.
“ Me interesa conocer
quiénes son sus amigos y porqué los elige. Si su palabra vale más que un papel
firmado ante notario. Qué le impulsa a
crecerse ante las adversidades. Cuál es su savia
y su motor. Si no se compra ni se vende por todo el oro del mundo. Si le
dan un puñetazo cuánto tarda en levantarse y plantar cara al que le pegó y a
los que le secundan. Si es capaz de
salir en defensa del más débil o pasa de ellos. Si siente en sus carnes tanto
el dolor ajeno como su dolor”.
“A mí no me interesan
los éxitos de las personas. Las mido por sus fracasos. ¿Fracasos o pequeñas
batallas perdidas? No lo olvide nunca: para recuperarse,
rehacerse, sentirse nuevamente útil, dar en
el clavo, acertar…hay que tener mucho temple y fortaleza. Hay que desterrar
el miedo a caerse de bruces y entender que un tropezón, o cientos, o miles son solo eso: un tropezón ”.
(C.D. falleció en el
2001 . Está considerado como uno de los
filántropos más destacados de la comunidad México-Americana. Empresario
exitoso, restaurador, fundador de un periódico emblemático, fue miembro activo
de la Cámara de Comercio de México en Illinois. El Presidente de la misma, le
despidió en su funeral con estas palabras: “C.D. representa para nuestra
comunidad el sueño americano porque él lo vivió”)
No hay comentarios:
Publicar un comentario