CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

jueves, 20 de junio de 2013

EL CARACOL




Antes- hace ya tanto tiempo que  perdí la cuenta-  mi primer impulso cuando me aporreaban era encerrarme en mi misma.
No hablar con nadie ni contestar a nada.
Llorar en silencio y sin lágrimas.
Cerrar puertas y ventanas. Bajar celosías. Desconectar el teléfono. Correr tan rápido como pudiera lejos de todo.
Mascullar a solas mi dolor.

Jurar mil veces que no volvería a creer en nada ni en nadie.
Preguntarme una y otra vez ¿por qué a mí? ¿Por qué volver a confiar si me habían defraudado? ¿Por qué yo?...

Ese era mi primer arrebato cuando me hacían daño.
Renegar de todos y de todo. Suplicar perderme para que nadie me encontrara.  Cortar amarras e hilos que creía indestructibles. No aceptar disculpas ni escuchar un perdón.

Decir: “No estoy dispuesta a luchar”. “No estoy para nadie”. “Haz lo que te venga en ganas”. “No resisto más presión”…
Pero jamás hice nada de lo que pasaba por mi mente. Jamás.
Quizás porque siempre que estaba a punto de poner una sola de estas determinaciones en marcha, regresaba a mi infancia.

Al patio trasero de la casa de mi abuela invadido de plantas.
A los enormes maceteros que desplazábamos con esfuerzo haciendo sitio para una más, y otra y otra, que agotadas y heridas se dejaban acunar por las mayores recuperando su verdor.

Al perfume del jazmín que embriagaba.
Al limonero que estiraba sus brazos sin pedir permiso, saltando la reja del vecino, para asomarse a nuestros juegos.
A las confidencias que les hice sin preguntarles “¿puedo?”
A la paciencia que  tuvieron sin pedir nada a cambio.
A sus voces silenciosas que  susurraron  consejos en mis momentos de frustración.

A aquel caracol diminuto que apenas se dejaba ver, pero al ser descubierto protegía con celo su intimidad y seguía avanzando lenta, muy lentamente,  sin hacer caso a piedrecitas y hierbas que encontraba en su camino.

Pequeño y audaz.
Perezoso según el tiempo.
Rápido – cuando se empeñaba-. Veloz…llevando su casa y su vida a cuestas sin dejar escapar una protesta. Ni un quejido.
Sacudiendo a cámara lenta su minúscula cabeza.
Apartando polvo y  tierra que pretendían sepultarlo sin quitar la vista del sendero.

Es cierto…
En los momentos más difíciles  la vida me obligó a regresar a mi infancia…
Al patio trasero de la casa de mi abuela.
A ese caracol del que tanto aprendí y sin saberlo, tanto me enseñó…










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