Ya os hablé de él en
alguna que otra ocasión.
Tiene coleta y barba.
Unas gafas redondas que se resbalan continuamente hacia la punta de la nariz y
siempre promete que va a arreglar.
Mi amigo es médico y
psicólogo (de los buenos y entrañables). Por coquetería pura no dice su edad,
pero ha pasado (estoy segura) los años en que los mayores con mucho camino
recorrido, se vuelven tan jóvenes de
mente y espíritu, que uno no puede menos que quedarse callado cuando hablan y
escuchar.
Me hace señas “así” con
la mano y me enseña una banqueta invitándome a sentar. Mozart inunda la
habitación en la que se ha colado con permiso. La pipa que estaba fumando, aunque se ha
apagado, ha dejado su santo y seña en
esa habitación en la que si uno mira con ojo crítico necesita un repaso de arriba abajo, pero huele a hogar.
Comienza a hablar como
si se supiera de antemano en lo que acaba de pensar. “…y entonces me explicó
con lujo de detalles que la culpa no
le dejaba conciliar el sueño y en cuanto apoyaba la cabeza en la almohada le
empezaba a atenazar” (supongo que hablaba de un paciente, pero no quise
preguntar)
Chupa su pipa con
displicencia y continúa, supongo que reflexionando, como si yo no
estuviera allí. “Justamente había
escuchado la entrevista a un viejo rockero explicando que “la culpa” es una
mancha que te persigue y ni con piedra pómez te puedes quitar”
Se despereza. Ronronea
como un gato. Mueve la cabeza de uno hacia otro lado - ¿para espantar
fantasmas, quizás?- y prosigue:
“La culpabilidad es una
enfermedad endémica que jamás se podrá controlar. No hay vacunas ni pócimas
milagrosas para hacerlo. Si eres joven porque lo eres…si eres viejo porque has cometido tantos pecados y
tienes tantos remordimientos que ya ni sabes que pensar”
“Del dedo acusador de
la culpa nadie se salva. Ni aunque te cambies de país o te fugues hacia el fin
del mundo seguro que te va a alcanzar. Por eso insisto en que los niños son unos enanos ingeniosos porque su
naturaleza les indica que deben experimentar. No sienten remordimientos: lo
suyo es innovar sin sospechar que causan daño…Cuando eres adulto las cosas
cambian porque la mayoría de injusticias las cometes con premeditación,
alevosía y maldad para acumular poder, dinero, prestigio, reconocimiento
¿honor?. ¡Qué tontos son al no entender que la vida da tantas vueltas que
muchísimas veces te hace regresar al punto de partida y ya no hay tiempo de
volver a empezar”
Le miro intrigada.
Sospecha que no entiendo a dónde quiere llegar. Sonríe y tose al mismo tiempo.
Se suena la nariz y le echa “la culpa” al tiempo. Se levanta con cierta
dificultad, coge bolígrafo y folio (de más está decir que le encanta hacer
esquemas que supuestamente solo él entenderá)
“Aquí estamos. En
pañales. Aquí comienza nuestra vida”, muestra,
al tiempo que comienza a hacer en esa línea que supuse recta, garabatos,
signos de admiración, curvas,
paréntesis. Stop y señales. Caminos que no tienen fin. Grutas y cavernas y una
flecha que desde el vértice derecho, regresa al punto de partida…”Y aquí volvemos
cuando llegue el momento de marchar”, señala.
“Si has sido limpio y
generoso, si has dado a más no poder, a rabiar, tu maleta invisible pesará
tanto que a duras penas lograrás arrastrar. Cuando curioso la abras, apenas
levantes la cubierta, aparecerán rostros agradecidos de gente que ni
recordabas. Flashes de fotografías jamás tomadas pero que fueron parte de tu
realidad. Amores y besos. Ternura infinita. Reconocimiento y admiración por
como fuiste y te prodigaste”.
“¡Pobre del que llegue
al punto de partida cargando una bolsa de reproches y pesares. “Culpa” por no
haber tenido la valentía y el coraje de pedir perdón cuando se equivocó, dar la espalda cuando otro necesitaba su
aliento. Pasar de largo cuando era ¡tan necesario!, detenerse un momento, encontrar
una solución “de a dos”, extender la mano, soportar el peso ayudando a
incorporarse. ¡Luchar codo a codo con el otro!”
“La justicia divina
existe, así creas en Dios, Mahoma o Alá!
Los que suben como la espuma tarde o temprano bajan con una velocidad pasmosa,
y cuando llegue el momento de despedirse se asombrarán de estar tan
desnudos, vacíos huecos e
inconsistentes”.
“Sin nadie que esté a
su lado para cogerles la mano, derramar una sola lágrima por ellos ni siquiera
repetirles que la “culpa” es solo una palabra, a sabiendas que mienten porque de ella no se podrán desligar”
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