Y un buen día, sin
saber el motivo ni el porqué lo comprendiste todo.
Apenas le habías
prestado atención a tu vida que poco a poco fue tomando derroteros desconocidos
y manejándote a su antojo.
Te dejaste llevar sin
rechistar.
Te hiciste un huequecito sin siquiera pretenderlo.
Dejaste todo para después, olvidando que el ahora y el hoy
era vital.
Te venció el cansancio
de pelear.
Perdiste fuerza y
convicción de aquella que no se ve, pero se agazapa en las entrañas. Invisible
en el interior
Suavizaste el mañana
sin siquiera pincelar el hoy.
Y cuando de golpe todo
lo insignificante que tenías se escurrió de tus dedos danzando burlón en tus
muñecas, la realidad te envolvió.
Tuviste miedo y una
inmensa sensación de vacío.
Te observaste en el
espejo del pasado sin encontrar ni un
rasgo de quien fuiste
Te aterró tu propia imagen
y “algo” dentro de ti se rebeló.
Fue entonces que atrapaste
en el aire señales, pisadas y senderos que la vida te
estuvo mostrando y a la que no prestaste atención.
Reflotaste a la
guerrera.
Quitaste el polvo a la
armadura. A la lanza. Al arco certero. Al punzón
El miedo, la angustia,
la pregunta del ¿por dónde empiezo?, la arrastró un inesperado soplido de ilusión
La fuerza resurgió de la nada.
Los sueños
adormecidos comenzaron a bostezar después de un larguísimo letargo.
Volviste a pergeñar como moldear zancadillas al
destino.
A trazar caminos
curiosamente inciertos o probables.
Te gustó sentir de nuevo tu corazón galopando desbocado
y no mientas…sé que te gustó…
Volviste a ser altiva y soñadora.
Hambrienta voraz de realidades. Mágica y terrenal a la
vez. Tan “tú misma” que volver a encontrarte te asombró.
Y no preguntes cómo, cuándo,
donde.
Fue un buen día que sin
saber el motivo ni el porqué, ni siquiera a quien se le antojó, decidiste volver a confiar en las señales desnudándote de angustias
y recelos apartando con furia y valentía hasta quien entonces fuera tu “otro
yo”…
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