CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

sábado, 28 de diciembre de 2013

CONTRADICCIONES



Aún hoy me cuesta entenderlo. Y tal vez lo que más complicado resulte, es explicar las tremendas contradicciones que a veces llegan a confundirme y  por lo que me cuentan, “ocasionalmente”, también a los demás.

No sé si a todos les sucede, pero recuerdo perfectamente algunos episodios de mis primeros años de vida. Aquellos en los que mi madre me levantaba de la cuna, juntas mirábamos por la ventana que daba a la calle, y al oído, muy despacito  después de besarme, repetía: “tout tout” (toda, toda)  de mamá” .

Fue escaso el tiempo que pude disfrutarla, falleció muy joven y yo era muy pequeña – solo tenía cuatro años- pero aún así, supe desde entonces que “quería ser mayor” e idéntica a ella: impulsiva, decidida, con una fuerza arrolladora, ávida de aprender pero también con un empecinamiento increíble en levantar su voz, hacerse oír. Plantar cara y debatir. 
Explicar lo inexplicable. Hablar….

Intenté crecer saltando etapas y aún así no pude evitar hacerlo. Pero quería ser “mayor”. “Mayor” a toda costa. Cruzar  arroyos sin mojarme  la punta de los pies. Alcanzar el cielo sin siquiera saber volar.

Disfruté de mi infancia (a mi manera). 
También de mi adolescencia y juventud, pero siempre con la vista puesta en “el mañana” dado que quería rápido de forma desmesurada, alcanzar mis metas “ya”.

Fui cumpliendo años y logrando objetivos, no todos los que me planteé en un primer momento, pero pequeños triunfos que me obligaron a echar la vista atrás.

Y fue entonces que comencé a echar de menos la protección y el cuidado. 
El cariño constante y la verdad sin tapujos.
La ausencia de preocupaciones.

El haber perdido tanto en mi largo recorrido.
A los amigos que “crecieron” a la par mía y por más que los busque se han marchado – con sufrimiento o en paz- y no puedo recuperarlos al menos en esta vida.
Ya no están.

Y ahora que soy “mayor” (no tanto, pero “bastante”) daría lo que no tengo por revivir etapas que no exprimí en mi infancia.
Volver a dormir con placidez y sin angustias como si el mañana no existiera.

Ser prácticamente un bebé y que me arropen.
Que me canten una "nana" y cierre los ojos "embriagada de dulzura"

Que mi madre se acerque a la cuna, me coja entre sus brazos y después de llenarme de besos me susurre al oído: “tout tout” - toda, toda- de mamá”…





lunes, 16 de diciembre de 2013

HILOS INVISIBLES



Me lo preguntaba hace mucho, mucho tiempo. Tanto cuando no levantaba un palmo del suelo,  como ahora, que mi mochila está cargada de vivencias y experiencias, alegrías, sinsabores. Dolor.

Ayer, cuando me hacía un ovillo entre las sábanas y sentía pasos que llegaban de puntillas al cuarto, como adivinando mi sensación de frío y desprotección.

Hoy, cuando  unas manos  robustas, fuertes, pero a la vez impregnadas de dulzura, complicidad y amor, ponen en orden las sábanas, arreglan los pliegues, dibujan con sus dedos el contorno de mi cuerpo para que me deje envolver en un halo de calor.

Siempre he tenido la extraña sensación que desde el mismo momento que abrimos los ojos a la vida, no somos uno, sino dos, quienes  nacemos.

Que “alguien” nos acompaña -vaya a saber elegido por “quien” – convirtiéndose  en “titiritero” de nuestro cuerpo, manejando hilos invisibles finamente sujetos a manos, piernas, ojo, bocas, pies y alma.  Si me apuráis,  nuestro corazón.

Y que finalmente nos convertimos en marionetas de ese ser misterioso que nos guarda para enderezarnos y hacernos reaccionar, tropezar y caer. Guiarnos hacia el sendero correcto. Bostezar y exprimir la pereza. Hacernos brincar de nuestro asiento como si fuese un volcán en erupción.

El “titiritero” estará bien adiestrado – supongo yo- porque  moviendo sus hilos invisibles, nos obliga a levantarnos de la cama cuando pensamos que otro día más sería imposible de soportar con tanta presión.

Nos manda sonreír, cuando nos encantaría enseñar los dientes aullando de furia.
A decir que sí, cuando con toda el alma deseamos gritar ¡No!
A repetir en mitad de una furiosa discusión donde los sentimientos están en juego: “¡Déjame en paz, vete de mi vida!”, cuando pretendíamos cerrar con suavidad la puerta casi suplicando: “¡no sé que haría sin ti! ¡Quédate por favor!”

Es maestro en resolver entuertos y  provocarlos.
En proclamar la paz e iniciar la guerra.
Experto tahúr en los juegos del amor.
Cazador infalible  que pone trampas para que aprendamos a esquivarlas.
Escritor de misivas interminables, que al releerlas después de un tiempo nos lleva a preguntarnos “¿pero esto lo escribí yo?”

Pero es también  nuestro compañero de juegos en horas solitarias.
El que nos mantiene en vela haciéndonos pensar,  dándole mil vueltas a las decisiones en las que se apuesta al  “todo o nada”.

Y el que nos pilla por la suela de los zapatos, cuando volamos tan alto que ya no distinguimos el cielo de la tierra, o la realidad de la ficción.

La ventaja que nos lleva es que siempre está atento.
Jamás se despista y aunque a veces se confunde y pierde, vuelve al inicio del camino como una sombra protectora de la que alguna vez nos hablaron, justamente, como un gnomo travieso, elfo, diablillo o ángel protector.

¿Alguna vez desaparece de nuestra vida?
Supongo que sí.
Pero sólo cuando su tarea ha terminado y la fatiga le vence.
Cuando mira el reloj de fantasía que lleva prendido a su muñeca, y comprenda que “su” tiempo y el “nuestro” se ha acabado.

Y recoja sus hilos invisibles, acomode sus trastos en una maleta de espumilla, con su mirada nos señale el camino de regreso que hará en silencio, a nuestro lado, como cuando abrimos los ojos a la vida.

Tal y como cuando nacimos.
No siendo uno, sino dos…





domingo, 1 de diciembre de 2013

ESTAR AHÍ..."ESTAR"...



Me suele pasar en infinidad de ocasiones, sobre todo cuando la casa se despereza  en silencio. Cuando no escucho  ruidos con los que estoy familiarizada. Ni voces que me hacen desviar la mirada y  requieren mi atención.

Es entonces que pienso en el significado de la palabra “estar” (permanecer, encontrarse, ser, existir, acompañar, consolar, vivir) y en la grandeza de su contenido. En su importancia vital.

De pequeña oía: “Hay que desconfiar de los extraños”. “No hables con desconocidos”. “Desvía la mirada cuando alguien que no es de tu círculo se  acerca”. “No hagas comentarios ni intercambies ideas con alguien de fuera”. En síntesis: “Ver, oír y callar”.

Afortunadamente jamás hice caso a esas “cuasi” recomendaciones dichas como al descuido, aún dentro de mi propia familia. Me abrí al mundo con cautela, pero me di por entero sin pensarlo dos veces con tal de “permanecer, acompañar”.

Con el paso del tiempo he comprobado – en infinidad de ocasiones- aún con dolor, que los que creía iban a “estar”, se esfumaron como por arte de magia cuando más les necesitaba. Y  quienes apenas conocía, se acercaron a confortar sin que mediara ningún deseo oculto, ninguna pretensión.

Aprendí – con dolor y lágrimas- que hay amigos de acero o hierro que se entregan por completo aún   a miles de kilómetros de distancia. Y otros, “tan cerca y tan lejos”, que con inmensa amargura, debes obviar de tu agenda cotidiana. Sólo cuentas con ellos, cuando “ellos”  necesitan  mitigar su propia desazón.

Que la complicidad puede alimentarse a través de los años. O nacer de forma espontánea prácticamente sin buscarla, a través de un gesto, una mirada o una frase dicha al descuido, pero lo fundamental es que siempre espera que avives esa llama y está esperando que sientas su calor.

Que no existen barreras para apoyar al extraño.
Ni fronteras para buscar consuelo.
Ni nubarrones para la esperanza.
Ni techos para la solidaridad.

Tal vez muchos no logren entenderlo, pero estoy convencida que todos necesitamos desesperadamente los unos de los otros.
También de aquellos que, sin siquiera sospecharlo, se encuentran dispuestos a tender la mano para levantarnos.
Recoger nuestra mochila cuando nos fallan las fuerzas.
Señalar errores sin edulcorarlos.
Ser nuestra sombra  a lo largo de un camino.
 Mostrarnos un atajo.
Curar nuestras heridas y suavizar nuestro dolor…