CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

lunes, 16 de diciembre de 2013

HILOS INVISIBLES



Me lo preguntaba hace mucho, mucho tiempo. Tanto cuando no levantaba un palmo del suelo,  como ahora, que mi mochila está cargada de vivencias y experiencias, alegrías, sinsabores. Dolor.

Ayer, cuando me hacía un ovillo entre las sábanas y sentía pasos que llegaban de puntillas al cuarto, como adivinando mi sensación de frío y desprotección.

Hoy, cuando  unas manos  robustas, fuertes, pero a la vez impregnadas de dulzura, complicidad y amor, ponen en orden las sábanas, arreglan los pliegues, dibujan con sus dedos el contorno de mi cuerpo para que me deje envolver en un halo de calor.

Siempre he tenido la extraña sensación que desde el mismo momento que abrimos los ojos a la vida, no somos uno, sino dos, quienes  nacemos.

Que “alguien” nos acompaña -vaya a saber elegido por “quien” – convirtiéndose  en “titiritero” de nuestro cuerpo, manejando hilos invisibles finamente sujetos a manos, piernas, ojo, bocas, pies y alma.  Si me apuráis,  nuestro corazón.

Y que finalmente nos convertimos en marionetas de ese ser misterioso que nos guarda para enderezarnos y hacernos reaccionar, tropezar y caer. Guiarnos hacia el sendero correcto. Bostezar y exprimir la pereza. Hacernos brincar de nuestro asiento como si fuese un volcán en erupción.

El “titiritero” estará bien adiestrado – supongo yo- porque  moviendo sus hilos invisibles, nos obliga a levantarnos de la cama cuando pensamos que otro día más sería imposible de soportar con tanta presión.

Nos manda sonreír, cuando nos encantaría enseñar los dientes aullando de furia.
A decir que sí, cuando con toda el alma deseamos gritar ¡No!
A repetir en mitad de una furiosa discusión donde los sentimientos están en juego: “¡Déjame en paz, vete de mi vida!”, cuando pretendíamos cerrar con suavidad la puerta casi suplicando: “¡no sé que haría sin ti! ¡Quédate por favor!”

Es maestro en resolver entuertos y  provocarlos.
En proclamar la paz e iniciar la guerra.
Experto tahúr en los juegos del amor.
Cazador infalible  que pone trampas para que aprendamos a esquivarlas.
Escritor de misivas interminables, que al releerlas después de un tiempo nos lleva a preguntarnos “¿pero esto lo escribí yo?”

Pero es también  nuestro compañero de juegos en horas solitarias.
El que nos mantiene en vela haciéndonos pensar,  dándole mil vueltas a las decisiones en las que se apuesta al  “todo o nada”.

Y el que nos pilla por la suela de los zapatos, cuando volamos tan alto que ya no distinguimos el cielo de la tierra, o la realidad de la ficción.

La ventaja que nos lleva es que siempre está atento.
Jamás se despista y aunque a veces se confunde y pierde, vuelve al inicio del camino como una sombra protectora de la que alguna vez nos hablaron, justamente, como un gnomo travieso, elfo, diablillo o ángel protector.

¿Alguna vez desaparece de nuestra vida?
Supongo que sí.
Pero sólo cuando su tarea ha terminado y la fatiga le vence.
Cuando mira el reloj de fantasía que lleva prendido a su muñeca, y comprenda que “su” tiempo y el “nuestro” se ha acabado.

Y recoja sus hilos invisibles, acomode sus trastos en una maleta de espumilla, con su mirada nos señale el camino de regreso que hará en silencio, a nuestro lado, como cuando abrimos los ojos a la vida.

Tal y como cuando nacimos.
No siendo uno, sino dos…





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