CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

domingo, 23 de febrero de 2014

FORMATEAR Y RESETEAR


A veces, sobre todo cuando se me da por divagar, juro que miro el ordenador y me pregunto “¿quién habrá allí dentro? ¿Qué extraños personajes se mueven con sigilo  en las entrañas de este aparato?
¿Recelarán  unos de otros   quienes caminan por esos pasillos desconocidos? ¿Harán de la falsedad - o la sinceridad- su arma cotidiana?
¿Echarán mano de la primera para alabar al desprevenido con sus lisonjas, hablar pestes de ellos en cuanto se dan la vuelta, para estar “bien con Dios y con el Diablo”  ya que todo es válido con tal de paliar su soledad?

Cuando vuelvo a poner los pies en la tierra y espabilo, saco conclusiones y es inevitable reflexionar en parecidos y diferencias que nos hermanan y separan  a ambos.

Mi ordenador calla y acepta que mis dedos vuelen sobre el teclado intentando despejar mis dudas, acercándome  a una velocidad vertiginosa a quienes están “al otro lado del charco” y aún más allá.

Soporta estoico que le dé golpecitos de satisfacción cuando doy por finalizada la tarea,  apago y repito un “hasta mañana” silencioso,  y también otros un poco más severos,  algo más “inquietos” cuando se empecina en no funcionar.

Tiene una paciencia infinita. Una discreción que escapa a toda regla. Jamás, dirá una sola palabra de mis secretos –aunque en estos tiempos que vivimos donde “saben lo que hacemos y lo que no”, afirmar esto me sueña a ilusorio, me da que pensar-.

Aguanta estoico el paso del tiempo. Ni siquiera se le mueve un pelo cuando alguien disfraza su perfil y me cuenta historias que ni ellos mismos creen. Batallas imposibles que jamás ganaron y merced a la tecnología  logran pergeñar.

Como no tiene “alma” - ¿no la tiene?-  jamás frunce el entrecejo ni se indigna ante la injusticia cotidiana que desfila ante sus ojos. No tiene alma. Vale.  Deduzco que  no me equivoco. Más a una máquina no se le puede pedir, ni mucho menos reprochar.
Pero cuando dice “hasta aquí hemos llegado”, es difícil que dé marcha atrás  porque ser tan transparente, fiel, leal, incondicional tiene un coste y un precio: decir basta sin mirar al pasado.

Y ya no valdrán de nada los años que hemos pasado juntos. Ni las carcajadas a dúo. Ni las lágrimas que enjugó sin decir palabra. Ni los “consejos” que  dio activando un mensaje para ponernos sobre aviso de lo que ocurriría si traspasábamos lo que nos explicaba el manual.

Y un buen día te sientas frente a él, aprietas un botón y la pantalla se ha vuelto negra. Ni un solo botón responde a tus órdenes. Compruebas que tu compañero de andanzas, extenuado, ha dejado de seguirte.

Que indefectiblemente el tiempo pasa  y tanto él como tú han cambiado y no hay modo de volver a coincidir ni  compartir, ni a ser colegas ni cómplices de alegrías,  ya no hay nada  que te una,  ni tampoco de qué hablar.

Solo hay una opción para seguir adelante.
Una opción, dura y dolorosa como pocas que  consiste en “Formatear”.
“Eliminar todo el contenido de la unidad de almacenamiento”.
Darle un merecido descanso…y entonces “Resetear”…volver a iniciar el ordenador, libre de culpa y cargo. De acusaciones, reproches, cinismos o alabanzas.

¿Qué estoy diciendo?...¡Dios mío!.
Formatear.
Resetear.
Casi como sucede en la vida misma.
Casi como sucede en la amistad…




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