CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

viernes, 18 de julio de 2014

LA DOCUMENTACION



Desnudos. Llorando como prueba que estamos vivos. Asustados. Contrariados. Sin saber dónde estamos ni por qué nos han obligado a salir de nuestro compartimiento secreto donde nos sentíamos tan a gusto oliendo desde dentro el perfume de “mamá”.

Así nacemos. Desvalidos. Indefensos. Sin documentación alguna y solo conociendo quienes somos – con el paso del tiempo- por retazos de historias que cuentan nuestra familia casi como al azar.

Nadie nos ha dado un DNI que nos proteja contra el dolor, ni nos ha explicado en que ocasión lo debemos mostrar.
Nadie se ha atrevido nunca a esbozar ni siquiera un pasaporte, para marcar la ruta imaginaria que habremos de seguir, para llegar a…¿a dónde?.

Nadie nos ha entregado una cartilla de vacunación donde se acumulen los sellos: “Protegido contra la envidia hasta…”. “Inmune a la desesperanza”. “Bloqueado de por vida frente al desamor”. “Todas las dosis aplicadas. Preparado para luchar”

Y lo vamos aprendiendo solos. A base de golpes y tropiezos. De llantos y frustraciones. De ojos asombrados que se niegan a aceptar que quien ni lo pensábamos nos acaba de estafar, en el plano moral y afectivo, que es el que desangra más.

Algunos se niegan a recolectar “sellos” y firmas.
Viven (¿viven?) absolutamente alejados de la realidad y esgrimen la excusa que creen más conveniente: “me niego a sufrir…lo que tenga que pasar, pasará”.

Otros, sin embargo, tenemos el trastero “de  la experiencia”, abarrotado de maletas que han visto tiempos mejores, con millones de documentación clasificada con rúbricas, signaturas y refrendos que hemos acumulado a lo largo de los años.
Tantas, que hasta nos cuesta imaginar que entre ni una sola más.

Sin embargo, ante cada decepción, nace un sello que huele a nuevo, a diferente del anterior. Del otro. O del que conseguimos a fuerza de puños levantados y voces que jamás conocieron el silencio ni nunca le conocerán.

Aunque nos mudemos de un sitio a otro. De un pueblo a un país diferente. a la más remota ciudad, si hay algo que no olvidaremos nunca antes de cerrar la puerta y no volver la mirada hacia atrás, es “la documentación”.
La misma que cogemos con fuerza antes de emprender cualquier camino.
La que releeremos con la imaginación ante cualquier contratiempo.

La que nos advierte que “estamos vacunados” contra ciertas enfermedades del alma, pero es mejor echarles un vistazo ya que, algunas de ellas tienen fecha de caducidad.

jueves, 3 de julio de 2014

LA HABITACIÓN SECRETA



No todos somos lo que parecemos ni lo que damos a entender. 
Lo que mostramos para que se nos juzgue, se nos declare inocentes, culpables o libres de pecados.
He llegado a la conclusión que cada uno de nosotros guarda en su interior una “Habitación Secreta”  que nada ni nadie puede vulnerar. 
Espiar. Indagar.
Allí guardamos evocaciones y recuerdos.  Risas y llantos sin enjugar. Traiciones cometidas y recibidas. 
Abrazos que quedaron a mitad de camino y jamás se recibieron.
Amores ocultos y prohibidos.  
Guiños inconclusos. Historias que “tal vez pudieron ser y ni el uno ni el otro” conformó.

La habitación secreta es particularmente  fría y oscura. No tiene cerraduras y sin embargo es tan difícil entrar y sumergirse en ella, que el rechazo al enfrentarse a la realidad de lo que fuiste y eres, produce una especie de escozor.

Pero cuando das el primer paso y el pestillo cede, solo es cuestión de segundos el adaptarse, encoger el cuerpo, hacerte un ovillo y encontrar un lugar para que la memoria llegue precedida por una tormenta salvaje, un huracán furioso. 
Una especie de ventarrón que te sacude el alma y el cuerpo hasta límites insospechados.

Y si tienes la valentía de adentrarte en ése que fue – y de alguna manera conforma tu pasado- una especie de alivio precede a la emoción, porque allí está todo a la vista, no hay que fingir que no lo ves: te atrapa, te eleva, te aplasta antes de devolverte a la realidad y una vez repuesta del golpe te sientes infinitamente mejor.

La Habitación Secreta sirve para hacer un balance del antes y del hoy, ya no del futuro porque todavía hay que distribuirlo en sus estantes.
Te muestra dando los primeros pasos inseguros y atropellados.
Tu inocencia que el destino se ocupó de teñir de claro oscuro. 
Tu corazón galopando enloquecido al percibir que llegó el primer amor.

La decepción y la esperanza. 
El “hola”. El "no te vayas". El "vete de mi vida". El adiós.
Los rostros de quienes dejaste atrás dándoles la espalda.
Los que perdonaron el agravio. 
Los que jamás olvidaron tu  rencor.

Pero no todo es gris, decepcionante y negativo en esa Habitación Secreta, que a veces llamo la Habitación del Dolor.
Cuesta infinitamente aceptar las culpas, quitarse la máscara, despojarte de la ropa que usaste para no ser reconocida. 
Enfrentarte cara a cara con tu propio yo.
Entonces, si lo logras – y repito que cuesta- “alguien” se ocupa de restañar tus heridas hasta convertirlas en cicatrices invisibles.

“Alguien”, no sé quien, quizás el que te enfrentó a tus miedos, te pone frente al espejo de la realidad. De la ayuda que prestaste sin que nadie lo pidiera. De la mano que extendiste sin recelos. Del tiempo que volcaste en los demás sin siquiera pensar “¿harían lo mismo si estuviese en su lugar, si ella o él fuese yo?”.

Y dolorida te vuelves a poner de pie y aceptarte tal como fuiste y eres.
Dispuesta a limar errores y prometiendo ser un poco mejor cuando se presente la ocasión.
Un ser humano con todo lo que con lleva el término.
Ni  santa ni  diabólica.
Solo un poco mejor…