No todos somos lo que parecemos ni lo que damos a entender.
Lo que mostramos para que se nos juzgue, se nos declare inocentes, culpables o libres de pecados.
Lo que mostramos para que se nos juzgue, se nos declare inocentes, culpables o libres de pecados.
He llegado a la
conclusión que cada uno de nosotros guarda en su interior una “Habitación
Secreta” que nada ni nadie puede
vulnerar.
Espiar. Indagar.
Espiar. Indagar.
Allí guardamos evocaciones y recuerdos. Risas y llantos sin enjugar. Traiciones
cometidas y recibidas.
Abrazos que quedaron a mitad de camino y jamás se recibieron.
Abrazos que quedaron a mitad de camino y jamás se recibieron.
Amores ocultos y prohibidos.
Guiños inconclusos. Historias que “tal vez pudieron ser y ni el uno ni el otro” conformó.
Guiños inconclusos. Historias que “tal vez pudieron ser y ni el uno ni el otro” conformó.
La habitación secreta es particularmente fría y oscura. No tiene cerraduras y sin
embargo es tan difícil entrar y sumergirse en ella, que el rechazo al
enfrentarse a la realidad de lo que fuiste y eres, produce una especie de
escozor.
Pero cuando das el primer paso y el pestillo cede, solo es
cuestión de segundos el adaptarse, encoger el cuerpo, hacerte un ovillo y
encontrar un lugar para que la memoria llegue precedida por una tormenta
salvaje, un huracán furioso.
Una especie de ventarrón que te sacude el alma y el cuerpo hasta límites insospechados.
Una especie de ventarrón que te sacude el alma y el cuerpo hasta límites insospechados.
Y si tienes la valentía de adentrarte en ése que fue – y de
alguna manera conforma tu pasado- una especie de alivio precede a la emoción,
porque allí está todo a la vista, no hay que fingir que no lo ves: te atrapa,
te eleva, te aplasta antes de devolverte a la realidad y una vez repuesta del
golpe te sientes infinitamente mejor.
La Habitación Secreta sirve para hacer un balance del antes y
del hoy, ya no del futuro porque todavía hay que distribuirlo en sus estantes.
Te muestra dando los primeros pasos inseguros y atropellados.
Tu inocencia que el destino se ocupó de teñir de claro oscuro.
Tu corazón galopando enloquecido al percibir que llegó el primer amor.
Tu inocencia que el destino se ocupó de teñir de claro oscuro.
Tu corazón galopando enloquecido al percibir que llegó el primer amor.
La decepción y la esperanza.
El “hola”. El "no te vayas". El "vete de mi vida". El adiós.
El “hola”. El "no te vayas". El "vete de mi vida". El adiós.
Los rostros de quienes dejaste atrás dándoles la espalda.
Los que perdonaron el agravio.
Los que jamás olvidaron tu rencor.
Los que jamás olvidaron tu rencor.
Pero no todo es gris, decepcionante y negativo en esa
Habitación Secreta, que a veces llamo la Habitación del Dolor.
Cuesta infinitamente aceptar las culpas, quitarse la máscara,
despojarte de la ropa que usaste para no ser reconocida.
Enfrentarte cara a cara con tu propio yo.
Enfrentarte cara a cara con tu propio yo.
Entonces, si lo logras – y repito que cuesta- “alguien” se
ocupa de restañar tus heridas hasta convertirlas en cicatrices invisibles.
“Alguien”, no sé quien, quizás el que te enfrentó a tus
miedos, te pone frente al espejo de la realidad. De la ayuda que prestaste sin
que nadie lo pidiera. De la mano que extendiste sin recelos. Del tiempo que
volcaste en los demás sin siquiera pensar “¿harían lo mismo si estuviese en su
lugar, si ella o él fuese yo?”.
Y dolorida te vuelves a poner de pie y aceptarte tal como
fuiste y eres.
Dispuesta a limar errores y prometiendo ser un poco mejor cuando se presente la
ocasión.
Un ser humano con todo lo que con lleva el término.
Ni santa ni diabólica.
Solo un poco mejor…
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