Desnudos. Llorando como prueba que
estamos vivos. Asustados. Contrariados. Sin saber dónde estamos ni por qué nos
han obligado a salir de nuestro
compartimiento secreto donde nos sentíamos tan a gusto oliendo desde dentro
el perfume de “mamá”.
Así nacemos. Desvalidos. Indefensos.
Sin documentación alguna y solo conociendo quienes somos – con el paso del
tiempo- por retazos de historias que cuentan nuestra familia casi como al azar.
Nadie nos ha dado un DNI que nos
proteja contra el dolor, ni nos ha explicado en que ocasión lo debemos mostrar.
Nadie se ha atrevido nunca a esbozar
ni siquiera un pasaporte, para marcar la ruta imaginaria que habremos de
seguir, para llegar a…¿a dónde?.
Nadie nos ha entregado una cartilla
de vacunación donde se acumulen los sellos: “Protegido contra la envidia
hasta…”. “Inmune a la desesperanza”. “Bloqueado de por vida frente al desamor”.
“Todas las dosis aplicadas. Preparado para luchar”
Y lo vamos aprendiendo solos. A base
de golpes y tropiezos. De llantos y frustraciones. De ojos asombrados que se
niegan a aceptar que quien ni lo pensábamos nos acaba de estafar, en el plano
moral y afectivo, que es el que desangra más.
Algunos se niegan a recolectar
“sellos” y firmas.
Viven (¿viven?) absolutamente alejados
de la realidad y esgrimen la excusa que creen más conveniente: “me niego a
sufrir…lo que tenga que pasar, pasará”.
Otros, sin embargo, tenemos el
trastero “de la experiencia”, abarrotado
de maletas que han visto tiempos mejores, con millones de documentación
clasificada con rúbricas, signaturas y
refrendos que hemos acumulado a lo largo de los años.
Tantas, que hasta nos cuesta imaginar
que entre ni una sola más.
Sin embargo, ante cada decepción,
nace un sello que huele a nuevo, a diferente del anterior. Del otro. O del que
conseguimos a fuerza de puños levantados y voces que jamás conocieron el
silencio ni nunca le conocerán.
Aunque nos mudemos de un sitio a
otro. De un pueblo a un país diferente. a la más remota ciudad, si hay algo que
no olvidaremos nunca antes de cerrar la puerta y no volver la mirada hacia
atrás, es “la documentación”.
La misma que cogemos con fuerza antes
de emprender cualquier camino.
La que releeremos con la imaginación
ante cualquier contratiempo.
La que nos advierte que “estamos
vacunados” contra ciertas enfermedades
del alma, pero es mejor echarles un vistazo ya que, algunas de ellas tienen
fecha de caducidad.
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