CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

viernes, 1 de agosto de 2014

ANTES...



¿Qué “todo tiempo pasado fue mejor”?. No lo sé.
Tampoco si “antes” todo era diferente. Porque mi “antes” tiene un principio. Un final. Un largo recorrido. Un volver aunque sea rozando con brochazos de nostalgia el punto de partida.

En mi “antes” hay una larguísima mesa con sillas que ahora están vacías. Y carcajadas. Y retos velados y no tan velados.
Discusiones y reproches.
Chiquillos que -ya son abuelos- correteando por los rincones. Otros que se han marchado quizás a un lugar desde donde nos espían divertidos orgullosos de lo mucho o poco que hemos logrado.

Antes, los mayores nos contaban que jamás pisaban los Bancos, desconfiaban de las promesas que les hacían los responsables. Guardaban el dinero debajo del colchón.
Ellos siempre tenían en la alacena, conservas, pastas secas, mermeladas y galletas, como si de un día para el otro se avecinara un tifón.

Las puertas de las casas siempre estaban abiertas para el amigo que necesitaba ayuda, un plato de comida. Cobijo y cariño. Consuelo. Un poco de comprensión

Antes la palabra que daban para cerrar un negocio valía más que una firma, un recibí, un talón.
Antes, aunque habían hablado de estafas brutales los mayores jamás habían probado la miel amarga de la corrupción.
Dudar era impensable. Confiar con los ojos cerrados a quien se mostraba transparente, honesto y honrado más que una convicción.

Recibir ropa en buen estado porque a tu prima le había quedado pequeña no era una ofensa, por el contrario, te hacía ilusión.

Vivíamos sin internet y escribíamos cartas interminables que temblaban en nuestras manos rogando que llegaran a destino, cuando estábamos a punto de que la engullera el buzón.

Los móviles no existían y las carreras para avisar desde una cabina (o un público) que “llegábamos un poquito más tarde y no se preocuparan”, eran pan de todos los días.

Fuimos creciendo poquito a poco y sin saltar etapas.
Fuimos madurando sin apenas notarlo.
Nos formamos sintiendo que era un triunfo cada conquista, cada reto, cada escalón que subíamos y lo hacíamos por amor propio, empeño y vocación.

Y lloramos como nunca pensamos que podríamos hacerlo, cuando nos dejaron plantadas, sin saber que nos volveríamos a enamorar de una manera loca, atrevida, imprudente, al conocer “al hombre” que nos rasguñó con paciencia el corazón.

Y fuimos felices.
Absolutamente felices con nuestros más y nuestros menos.
Enseñamos a nuestros hijos que el camino era luchar y aprender de los fracasos desconfiando del primer adulador.

Que tropezar no era caerse, sino trastabillar.
Que el “no” siempre lo tenían los demás como respuesta, y había que batallar muy duro para desterrar el no.

Tal vez por eso me gusta disfrutar de esos ramalazos del antes.
Quizás porque he aprendido que jamás hay que bajar la guardia. Que nada está perdido si te empeñas.

Que si la vida fuese tan sencilla, tan dulce y complaciente, no naceríamos llorando y lo hacemos irremediablemente cuando vemos la primera luz del mundo y cerramos los ojos para decir adiós.

(cora.lasso@hotmail.com)


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