El miedo
Aunque lo neguemos y aunque no lo
querramos ver, estoy convencida que nuestro pasaporte
a la vida tiene fecha de caducidad .
En cuanto abrimos los ojos y
salimos por primera vez al mundo, lo hacemos con tanta prisa que ni siquiera
ojeamos lo que dice entre sus páginas
flamantes y nuevecitas: que es con lo que cargamos, que no podremos llevar, lo
que tendremos que dejar en casa antes de partir.
El miedo es un pesado equipaje del
que nunca nos podremos desprender. Siempre nos va a acompañar hasta que “quien
tenga que venir” nos de una palmadita en el hombro, nos haga un gesto o un
guiño anunciando que el tiempo se ha agotado y es hora de decir adios
Como un lunar, una marca de
nacimiento, una pequeña cicatriz tendremos que aprender a convivir con él, a
integrarlo en nuestro día a día, hacerlo
partícipe de nuestras noches y preocupaciones. De nuestras lágrimas y desvelos. También de la alegría. De la
euforia. Del dolor.
Sencillamente está allí y por más
que le humillemos con nuestra prepotencia, le quitemos importancia, lo
apabullemos con frases grandilocuentes o fueras de tono, pasará de nosotros
sonriendo para sus adentros sabiendo que aunque no nos atrevamos a confesarlo,
es él quien ganará y ganó.
Por eso no dejemos que nos invada.
Pongamos freno y barrera de una vez por todas a esa sensación tremenda de
inmovilidad que precede a la desazón encarándolo con un: “¡Sí señor, todos
tenemos miedo y mal que le pese, si USTED está ahí, aquí estoy YO!”
Hay miedo porque te amo y no me
amas. Miedo porque me encadené a tu vida que no es la mía y ya no sé que es
peor. Miedo a vivir con indolencia. A pelear y ser vencido. A perder y a
triunfar y cuando gane la partida no tener la menor idea que hacer para subir
el listón.
Ese miedo y esa angustia forman
parte de una vida que sé bien, no pediste, pero se te dio. Sé tremendamente egoísta
y aprovéchala al máximo. No es fácil, tómalo como un ejercicio rutinario pero ¡pónlo
en práctica por favor!
Convéncete que eres un gladiador
sin espada, escudo ni coraza rodeado de enemigos que debes sortear. guiado por
el convencimiento de encontrar una salida y retén ese objetivo como una fijación
Saca fuerzas de donde nunca imaginaste.
Lucha poco a poco sin bajar los brazos
contra tus propias inseguridades y titubeos. Comienza a respetarte a ti mismo
y valora tu capacidad. Si te dan un
golpe, retrocede y crece. Ponte de pie. Vuelve a intentarlo y comprobarás que
cada vez avanzas y pisas más fuerte y ya no eres un peluche ni un muñeco de
latón
¡Cambia tu actitud por la de un
guerrero!. Si recibes palos,
sopórtalos y deja que curen tus heridas quienes te quieren bien. Toma
conciencia que estás entero y estás vivo. Ríe y besa. Arropa y déjate amar por
quien te merece. Separa la paja del trigo y guarda en tu morral la mejor.
Distingue y compara. No pierdas el tiempo
lamentándote por lo que pudo suceder y no sucedió, viendo mientras tanto lo que
se mueve a tu alrededor como un simple espectador.
Y aunque tropieces y te equivoques,
aunque te culpes y te arrepientas de haber comenzado ¡inténtalo una y otra vez!
hasta que llegue el día en que aún con
recelos, vicisitudes, adversidades y errores entiendas que no ha llegado la
hora de la despedida, vale la pena estar vivo y has aprendido la lección.
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