Permítete
llorar
“Basta
de remar en el desierto. Punto final. Se
acabó”. Así dice el correo que me
envía un amigo que aunque está a doce mil kilómetros de distancia, llevo grapado
en el corazón.
Está harto. Cansado de pelear.
Pivotear en un barco sin rumbo. Dar
hasta la última gota de sangre y aliento en una profesión a la que ama por
encima de todas las cosas sin ser
correspondido. Solo miradas aprobatorias. Buenas intenciones. Predisposición
y sonrisas que no saldarán las cuentas, ni pagarán la luz, ni los impuestos, ni el gas ni el teléfono.
Le entiendo. Me duele su
frase: “Basta de remar en la arena”. Por
eso no pierdo tiempo en contestarle: “¿has pensado que remando y remando en
algún momento la pala puede tropezar con el agua y entonces avanzar? ¿Has analizado si con un movimiento
de cuerpo o un viraje, tomas un rumbo diferente y verás otras costas que ni
siquiera imaginaste, un pedacito de tierra donde de golpe brilla el sol?”
Por experiencia propia sé
que partir es duro y desgarrador decir adiós a todo. A tu país. A la familia y los recuerdos. A los amigos y los afectos. Al perfume del barrio y de las
calles. Al silabeo de la tierra, al
café compartido con los que quieres. A la sonrisa y los buenos momentos. Pero
cuando todo eso pasa a segundo plano porque necesitas sobrevivir ¡sí que se
acabó!
Hay que empezar a transitar
un camino escarpado con nombre que mete miedo: Adaptación. Siempre temblamos ante lo desconocido, pero hay que
seguir avanzando. Descubriendo. Palpando. Aceptando. Modificando. Tachando.
Sumando. Arrancando de nuestra vida lo que nos lastima y aceptando la mano del
que nos hace sentir infinitamente mejor.
Cuando estés dispuesto a
emprender ese viaje, cuando tengas el
billete en la mano, no aceptes que nadie
te aconseje que seas valiente “y no se
te ocurra llorar”
¡Jamás pidas permiso para hacerlo ni te arrepientas de tu llanto, ni por
sentir el sabor amargo de las lágrimas y escuchar como galopa el corazón! Tampoco de repetir cien mil veces “te
quiero” aunque el otro lo sepa, “te necesito” aunque esté sobreentendido, “¿puedo ayudarte?” o “¡aquí estoy”!
Vive según tu propio esquema
y si no lo tienes trazado, esboza uno sin que te importe la opinión de los
demás. Que el llanto no te impida disfrutar de todo lo que te estás aprendiendo.
Recuerda que respiramos, latimos, vibramos, somos de carne y hueso y mostrar
nuestra congoja o exhibir en un escaparate el dolor nos diferencia de la piedra
y el yunque. La cibernética y los
robots.
No me atrevería a decir de
los animales. Ellos también se encierran y se aíslan sin poder contener las lágrimas cuando se les rechaza, se ven acorralados, sufren un agravio, y se dejan morir de pura tristeza cuando se
les da la espalda o pierden un gran amor.
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