Soy periodista. Ni psicóloga ni psiquiatra. Sólo periodista.
No he visto pasar por mi consulta a pacientes angustiados, ni derivado casos que necesitaban otro tipo de
atención.
No puedo alardear de conocer de arriba abajo las teorías
de Freud. Ni soy quien para decir que se debe hacer o no. Tampoco para señalar,
recriminar. Poner límites. Marcar territorios.
Convencer u obligar.
He sufrido y he herido mucho, tal vez sin intención.
He amado profundamente y aún hoy amo. Me ha reconfortado gente que ni conocía y lo sigue haciendo hoy y
aún los que creía conocer a fondo, me
han apuñalado con habilidad y saña sin compasión.
He tropezado con piedras enormes. Me he caído y levantado, sacudiendo el polvo de mi ropa pero
sin quitarlo totalmente -como bien dice un querido amigo- “para que siga siempre ahí la tierra que
arrastran mis zapatos y me recuerden de
donde vengo, hasta donde he llegado, hacia dónde voy”.
Desde aquí, ni mando ni ordeno. Ni doy cátedra ni
dirijo. Hablo en voz alta. Escribo. Intento ordenar los pensamientos y a esos
mismos ponerles voz, fuerza. Comprensión para superar un escollo. Una duda. Una
frustración.
Por eso hoy, me gustaría recordar algo que tal vez te
ayude a reflexionar sobre los que te rodean y es tan elemental, que quizás por eso no le hayas prestado atención.
El que te
quiere bien: dice lo que opina aunque te duela, intentando que entre tú y él no
haya mentiras ni engaños. Ni trampas ni traición.
El que te quiere bien: apoya, impulsa,
incentiva y anima, aunque deba hacer un esfuerzo tremendo para apartarse
y hacerse a un lado con el fin que no desvíes tu atención.
El que te quiere bien: te ama hasta lo infinito aún
cuando está enfadado. No construye murallas a tu alrededor. No aísla ni maniata
ni exhibe como un trofeo. Te deja ser tú misma/o sin rodeos ni atajos. Sin
sellos ni condición.
El que te quiere bien: está siempre ahí aunque no le
llames dispuesto a ayudar, tomar tu mano. Mostrar el camino. Mitigar tu dolor.
El que te quiere bien: no pregunta si le necesitas, te
da un beso y abraza a la distancia sin
plantearse si devolverás el favor.
El que te quiere bien: deja que desahogues tu rabia,
espera a que recuperes la calma y razones. No está a tu lado para emparchar
soledades y fracasos mútuos o regodearse en el dolor.
El que te quiere bien, hace que cada mañana, cada
minuto y cada día sea mágico e irrepetible. Ilusionante. Esperanzador.
La vida es una
rara combinación de destellos, chispazos
y flashes. Pequeñísimos instantes y recovecos por donde se cuelan la rutina, la risa tonta y el llanto. El
desgarro. El fracaso. La confianza. La ilusión.
Quítate la venda de los ojos. Respira hondo hasta que
el cuerpo duela. Observa a tu alrededor.
Descubrirás mucha más gente de la que pensabas dispuesta a traspasar la coraza con la que te
protegiste hasta ahora y llegar queriéndote
bien, hasta el mismísimo umbral de tu corazón.