CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

lunes, 17 de diciembre de 2012

A LO MEJOR...




Viernes 14 de diciembre. Seis de la tarde.
 La mujer de treinta y pocos años,  rabiosamente guapa, vestida con ropa elegante (que ha visto  mejores tiempos), lleva de la mano al niño  que con ojos asombrados se para frente a los escaparates  del centro comercial.

Sus cinco o seis años no saben del “prohibido tocar” que cuelga de una de las paredes. Pasa los dedos por el cristal. Se detiene,  señala y gesticula. Sonríe expectante mientras ella esquiva su mirada, hasta que finalmente poniéndose en cuclillas le habla despacio, y con visible amargura  gira la cabeza hacia un lado y hacia otro, diciendo “no”.

Y no hay pataleos ni berrinches. Ni llantos ni rencores, ni escenas en público. Solo un silencio hondo y profundo que les separa como un muro, mientras se dirigen a la caja donde espero mi turno.

Nos cruzamos con torpeza. Hay tanto dolor y humillación al comprobar que he sido espectadora involuntaria, que a modo de disculpa repite: “A mí no me enseñaron como manejar esto…Le hemos ocultado lo que está pasando pero… ya no sé como disimular que hemos tocado fondo,  no hay salida posible, ni una sola luz de esperanza…Estoy al borde de la desesperación”.

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Tres días después, sentada frente al teclado del ordenador pienso que a lo mejor ha llegado  el momento de empezar a cambiar.

A lo mejor, educamos a nuestros hijos en el “le doy todo lo que me pida” sin sopesar  lo poco que en otros aspectos les estábamos dando. Repetíamos gestos mecánicos, sonrisas forzadas  mostrando desinteresado interés cuando nos hablaban, nos contaban su día a día, nos martillaban con  preguntas rematando  sus historias.

A lo mejor, minimizamos valores esenciales y profundos como la palabra. El abrazo. Un “te quiero” dicho a tiempo. La caricia sin motivo. Besos gigantescos y espontáneos. La dulzura. El amor.

A lo mejor, hemos maquillado la realidad para evitarles sufrimiento y desgarro,  sin contemplar que las experiencias son intransferibles y quieran o no, en algún momento de su vida la burbuja con la que les hemos protegido se desvanece en el aire como pompas de jabón.

Los niños son mucho más inteligentes y astutos de lo que sospechamos. Oyen, y callan. Tejen historias que tal vez nada tienen que ver con la realidad. Especulan. Fingen. Actúan según el público que les está observando y asiste a la función.

A lo mejor es el momento de sincerarnos totalmente,  ir con la verdad por delante sin dramatismos ni exageración, explicando que las cosas han cambiado y es muy complicado vivir este presente,  pero tarde o temprano todo volverá no a ser como antes sino mucho mejor.

Que esa familia que conforman es una piña que se crece ante las adversidades, y que nada ni nadie pueden destruir esa unión.

Que están juntos, sanos y dispuestos a luchar hasta donde sea necesario porque si algo les sobra es valor.

Se me ocurre que a lo mejor…éste sea un buen momento para  empezar a cambiar ¿no?...

Hasta la próxima.

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