Tengo
amigos que aunque hayan pisado los setenta, estén a puntito de hacerlo o
cruzaron hace tiempo ese umbral, se les
ve tan vitales positivos y arrolladores que su juventud echa
para atrás
Alimentan
cada día un sueño. Diseñan un nuevo camino. Dan rienda suelta a sus ideas. Abren
las puertas a la locura dejándose contagiar por el sin sentido. Esconden la
mochila de los sinsabores y cuando comienza a amanecer – dando carpetazo al
ayer- también se preparan para luchar
En
contrapartida conozco otros, que a los veintitantos parecen ancianos. La apatía
les puede y vagan confusos sin encontrar
una seña, un sendero. Un motivo para no abandonarse, algo que les lleve a remar.
No se
arriesgan a dar un paso en falso por temor al fracaso o lo que es peor, al qué
dirán. Viven sin vivir. Les aterra el
riesgo. Vuelan casi al ras del suelo y en algunos casos prefieren esconderse,
cerrar puertas y ventanas para escuchar en solitario el tic tac de su corazón.
Sé de
muchos que al borde de los cincuenta, comienzan a temblar pensando en el
futuro. Por donde encaminarán sus pasos y hacia donde les llevarán.
Añoran la agilidad,
la mente y reacción de otros
tiempos y repiten la misma frase: “si pudiese dar marcha atrás”, ajenos al que
retroceder cuando se está en carrera es
una utopía, una idea descabellada. Un imposible porque el tiempo “tiene una
manera de moverse rápido y pillarte desprevenido cuando ya no hay vuelta atrás
ni opción”.
Las
etapas se saltan.
Los
ciclos se queman.
Los retos
se viven con inocencia, valentía. Desprejuicio. Espontaneidad. Lágrimas y
carcajadas. Dolor.
Pero lo
importante y fundamental es exprimirlos
y abrirse paso apartando telarañas, acidez y amarguras. Tormentas y vientos.
Desengaños y frustraciones. Dar un cambio de cabo a rabo. Experimentar.
Me han
prestado un libro y lo abro. Alguien ha escrito con letra apretada en un folio
escondido entre sus páginas:
“Parece que
fue ayer cuando me veía joven, recién
casado y embarcándome en una nueva vida con mi pareja. Pero en cierta forma
parece que fue hace mucho tiempo y ahora pienso donde se fueron los años. Sé
que los he vivido todos. Tengo visiones como fue entonces, también de mis
esperanzas y sueños”
“Pero
aquí está el invierno de mi vida que me pilla por sorpresa. ¿Cómo llegue aquí
tan rápido? ¿Con quién se ha marchado mi juventud? Recuerdo haber visto gente mayor a través de los años y
pensaba que estaban muy lejos de mi y que
ese invierno estaba tan distante que era imposible diseñar cómo sería…”
“Pero aquí está. Con mis amigos retirados y volviéndose "grises",
moviéndose con la lentitud de una persona mayor. Algunos en mejor forma, otros peor que yo, pero veo el
gran cambio. No como las que recuerdo jóvenes y vibrantes, sino como yo. Y he
descubierto que somos aquellas personas
mayores que solía ver y que nunca pensé que sería…”
“Ahora, cada mañana encuentro que solo el tomar una ducha es uno de los
acontecimientos reales del día. Y echarme una siesta ya no es algo agradable
como era, es algo obligatorio. Ya he trabajado demasiado. Ya no me
golpeo el pecho con culpa por entrecerrar los ojos, cabecear, estirarme en el
sofá y nadie va a venir a recriminarme
que soy un vago o que “aquí no”
“Entro en esta nueva etapa de la vida sin preparación alguna para todos los
dolores y achaques, para la pérdida de fuerza o habilidad para ir y hacer todas
las cosas que quisiera haber hecho pero que nunca hice”
“Si todavía
no has llegado a “tu invierno”, permíteme recordarte que estará aquí mucho más
rápido de lo que piensas. Por lo tanto, cualquier cosa que quieras lograr no la
postergues ni pospongas por mucho
tiempo. La vida se pasa rápido. Haz todo lo que puedas hoy, porque nunca
estarás seguro si ya es tu invierno o no, ni siquiera manejas plazos ni fechas.
No sabes cuándo llegará.”
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Coloco el
mensaje con cuidado en el mismo sitio
donde lo encontré. De manera impulsiva relleno otro folio en blanco con algunas
frases con la esperanza que a alguien, le pueda ayudar.
Y
escribo: “Vive el hoy y di todas las cosas que quieres que tus seres queridos
recuerden. Ponle palabras al cariño, a
las risas y a los pecados. Al enorme placer de amar”
“Emborráchate
de energía. Imagina. Proyecta. Anímate a decir que “puede ser un gran día” y
seguramente lo será. No te avergüences
de tu cuerpo que ya no es el de antes y muéstrate tal cual eres, el que
no quiera mirar que gire la cabeza y tú ¡en paz!”
“Baila al
ritmo que tú te impones y no al son de los demás. Toma buena nota del color del
amanecer. Saluda a la luna con la pasión de un adolescente. Bésale las mejillas
y los labios con tu imaginación”.
“Exprime
cada etapa de tu vida y sácale jugo a tu experiencia, que en definitiva, es lo
que al final te llevarás cuando sientas que se acerca el último suspiro”
Sé tú
mismo sin avergonzarte.
Egoístamente,
cada día que pasa aprende a quererte un poquito más, y más, y más….”