“Hasta ahora
todo había sido fácil, sencillo. Circunstancial. Reían mis gracias, mi móvil no dejaba de sonar. Los fines de semana eran tantos los planes que tenía que me veía obligado a decir "he quedado, lo dejamos para la próxima". De
golpe, miro a mi alrededor y no hay nadie. Me sobran los dedos de una mano para contar a los verdaderos amigos, los demás han desaparecido como por arte de magia al comprobar mi situación”
“He perdido el trabajo y “ya no invito”. Si no estoy obligado a salir, no salgo. Me arreglo con lo que tengo. No hay ropa de
marca con que presumir. Viajo en metro, cuando viajo por obligación. Esta
sociedad que mis padres me mostraron y en la que me enseñaron a moverme no
tiene nada que ver ni se parece, ni se asemeja a la que estoy palpando y
sufriendo en carne propia hoy.
“Siento que ya no estoy a tiempo para aprender…Fui uno
de los miles que dijo: a mí no me va a pasar, y me pasó”…
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Escuché esta conversación entre dos hombres que habían
cruzado el umbral de los treinta años, el pasado sábado en la puerta de un
centro comercial de Sol ¿casualidad?. No. Las casualidades no existen. Existen las causalidades.
Me di la vuelta y les miré. Llevaban la desazón
pintada en el rostro y estaban tan metidos en su dolor que ni siquiera me
prestaron atención ni advirtieron mi
curiosidad. Nunca sabrán que refrené el impulso de inmiscuirme y convencerles
que si se hicieron las cosas mal, siempre hay tiempo para tomar
conciencia, planificar, reciclar y construir
evitando que vayan a peor.
La vida no es como la intuimos desde el primer
instante que llegamos al mundo, cuando nos arropan brazos extraños pasando casi
de inmediato a aquellos que reconocemos por el olor, el susurro y por la voz.
La vida es nuestra cómplice cuando le viene en ganas.
Enemiga acérrima cuando nos da a conocer su poder de destrucción.
Da. Quita. Retiene. Entrega. Se queda todo para sí y
no te da nada, o te lo da todo y en un suspiro te lo arrebata sin pizca de conmiseración.
La vida es sabia e injusta, por eso es inútil pedirle que sea piadosa contigo o exigir una
explicación.
No creas jamás lo que
pone frente a tus ojos, suele
engañar y una vez que aceptas su juego no hay opción. Enfréntala como si fuese tu peor contrincante
cuando tengas que mirarla cara a cara, y úsala de aliada incondicional en el momento de reforzar
tu posición.
No la subestimes. Valórala. Disfruta hasta el infinito
de lo que te está ofreciendo ahora, pero desconfía de un mañana incierto, aún cuando te lo muestre brillante y
prometedor.
Ella te lo está pidiendo a gritos. ¿Entonces?
Complácela. ¡Vive!. Pero jamás lo hagas en vano y sin haber aprendido la
lección: se sube con un tremendo esfuerzo y cuando estás arriba ni siquiera
imaginas que puedes precipitarte al vacío
aunque hayas sufrido un inocente resbalón.
Deja
salir la rabia y la angustia. Apuesta por tu fuerza y empeño. La vida no es
plana. Está llena de magia. Todo está por descubrir. Nada está escrito ni todo
está dicho. ¿Y si puedes cambiar el curso del destino? ¿Te lo has
preguntado? Sigue adelante sin miedo.
Escucha lo que susurra tu intuición.
Siempre hay un tiempo para llorar y amar. Resurgir del fracaso. Volver a confiar en que
¡¡¡¡sí eres capaz!!!!
Crece y avanza
poco a poco... aún cuando la vida se
empeñe en decirte que ese no es el
sendero y has equivocado la dirección…
Hasta la próxima.
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