CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

viernes, 25 de enero de 2013

"EL ABRAZO DEL ALMA"




Hace muchísimo tiempo que lo entendí y cada minuto que pasa vuelvo a constatar lo  necesario e imprescindible que es el abrazo del alma.

Hay decenas, cientos, miles de formas de abrazar. A lo lejos. En la  corta distancia. Con fuerza y apretujando hasta que crujan los huesos. Tibiamente o con pasión.

Sé que lo importante es que el destinatario sepa que  estás a su lado, aún sin intuirlo.
Pendiente de hasta el mínimo de sus gestos, su rabia,  depresión.
Su soledad y tristeza.
Su dolor.

Mi amigo ha perdido en estos días a su compañero más querido. Nuestro hermano “de vida y no de sangre”. El mismo que yo.

El correo que me envía – y que comento  segura de no traspasar las fronteras invisibles de la intimidad- en parte lo transcribo para explicar la fuerza que conlleva una palabra, un gesto. Una sola frase dicha con tal  sinceridad que llega a sacudirte de emoción.

Habla de quien ya no está como si se hubiese marchado de viaje: “Hay momentos en los que me sorprendo dándome prisa para volver a casa seguro que llamará para decir cuando llega, que debo preparar… preguntar como estoy. Y cuando abro la puerta, el apartamento está oscuro y silencioso, el teléfono no suena, en ese mismo instante vuelvo a la realidad y entiendo que se ha ido definitivamente y tomo conciencia de  lo qué pasó”.

“También tengo días fatales. Fatales”, le confieso.
"A los sitios donde habitualmente voy, me preguntan si he pillado un resfriado. Contesto que lloro por un amigo que ya no está, lo recuerdo a veces riendo a carcajadas y muchas con infinito dolor".

"No voy a aconsejar que cierres la casa y des un portazo.
Que hagas como si jamás hubiera existido.
No.
Creo que  después de desesperarse, después de buscar explicaciones, de pedir respuestas que nadie da, las heridas se cicatrizan, se asumen las pérdidas, te das permiso para dejarle ir y decirle adiós.
Pero solo una vez que hayas llegado al fondo y te sientas extenuado,  es cuando comenzarás a subir poquito a poco, peldaño a peldaño, sin saber que encontrarás mientras vas trepando  con la tremenda convicción que algo hay…y mereces verlo…"

"En definitiva la vida es una escalera.
A veces se está arriba.
A veces tropiezas y te caes.
A veces saltas con un ímpetu increíble de dos en dos para llegar el primero, y cuando finalmente llegas te das cuenta que no hay nadie esperando".

"Pero lo que tiene de bueno es que está ahí, atenta a nuestra reacción.
De nosotros depende intentar subir sea como sea, o quedarnos en el fondo, de brazos cruzados, sin tomar la más mínima determinación (…)”

Su respuesta no se hizo esperar. Llegó un segundo antes de apagar el ordenador:
“Tus palabras son el beso en la frente, el abrazo apretado que necesitaba antes de dormirme”

Quizás nunca sepa quien era en realidad la que estaba pidiendo a gritos ése “abrazo del alma”.
Esa  frase pequeñita obró el milagro.
Todos necesitamos  alguien  en quien apoyarnos.
No somos islas.
Nadie está tan solo como cree.
Ni tú. Ni él. Ni yo…

Hasta la próxima.






viernes, 18 de enero de 2013

ESTOY EN ESA EDAD...




(No soy la única. Sigo convencida que hay miles, millones de mujeres y hombres que sienten como yo)


Estoy en esa edad en la que ya no soy jóven,  tampoco me asomo al umbral de la tercera edad ni soy demasiado mayor.

Estoy en esa edad, en la que he aprendido que la amistad es un tesoro y  mejor guardar silencio para  entreabrir la puerta de la comunicación.
Ya no hago más preguntas y dejo que el tiempo se ocupe de poner cada pieza en su lugar: de calmar a quien lo necesite, de ayudarle a reflexionar, elaborando un balance minucioso en contra mío o a  favor.

Estoy en esa edad, en la que compruebo como los amigos – no los que han dicho definitivamente adiós- se marchan porque les viene en gana y regresan sin siquiera disculparse ni justificar su incomprensible desaparición.
Quizás por eso la experiencia me ha enseñado que observar desde lejos, mantener  distancias, no aconsejar ni opinar es cien mil veces mejor.

Y sin embargo me duele el juego constante, repetido y cansino del: “Puedes pasar. Levanto barreras. No me des la espalda. Ahora quien  te necesita soy yo”.

Estoy en esa edad, en la que el paso de los años me ha enseñado  a diferenciar con quien quiero estar y con quien no.
Sigo dando todo sin esperar nada a cambio, pero señalando calladamente que  no soy la misma y la confianza se esfumó…
…………………………………………………………………
Estoy en esa edad, en la que ya no me importa fracasar si lo hice convencida al intentarlo.
No me importa caer cien veces y otras cien levantarme.
Luchar hasta conseguir lo que me he propuesto con la certeza que ahí debo llegar y llegaré por más que algunos lo tilden de obsesión.

Estoy en esa edad, en la que miro atrás, compruebo que me he bebido la vida despacio disfrutando a rabiar de su sabor y el espejo me sorprende mostrando  lo que ven callando lo que soy.

Sé que he sido descaradamente feliz  con huecos y  altibajos.
Que me he reído a carcajadas y aún lo hago.
Que cuando amo le pongo palabras al amor.
Que cuando me indigno soy tan tremenda como a los veinte, con la pasión intacta y el mismo ardor.

Estoy en esa edad, en la que si el futuro es un reto, busco armaduras donde sea para enfrentarlo sin dejarme fulminar por el terror.

Soy una más entre tantas mujeres y hombres que pelean y luchan.
Construyen y alientan.
Señalan o aplauden sin sentirse santas ni beatas.
Ni iluminadas ni genios.
Ni Juanas de Arco, ni Cid Campeador

Estoy convencida,  que somos muchos y no una excepción…

viernes, 11 de enero de 2013

LA MUDANZA




Tenía veintidós años la primera vez que metí mis cosas en una maleta y dije adiós a la casa familiar.

Digo bien, metí mis cosas en una maleta…Ni siquiera las acomodé cuidadosamente haciendo huecos y espacios, como si los recuerdos del pasado aguardaran pacientes mi regreso entre esas paredes.

En el viejo apartamento  quedaban cuadernos y notas. Fotos y retratos. Jeans cortados a la altura de la rodilla que en una tarde de rebeldía destrocé.

Jerseys viejos y apelmazados. Versos sin rima. Enormes trozos de infancia y adolescencia que me negué a hacer añicos. Parte de una juventud que recién empezaba a asomar tímidamente la nariz a la vida y sin embargo amé, me hizo llorar, pero también me abrazó.

Un año después regresé con un matrimonio fracasado a mis espaldas, la ilusión hecha añicos y una tremenda sensación de haber fallado en todo.

Hubo miradas reprobatorias. Cuchicheos en voz baja. Comentarios y reproches. Pero “ellos”, mis antiguos compañeros de vigilas y sueños, de proclamas y esperanzas por un mundo sin rencillas y un futuro mejor  ni siquiera se inmutaron. No protestaron. Estoy convencida que se alegraron al verme aunque ni por un segundo  levantaron la voz.

Años más tarde otra nueva partida me sorprendió, esta vez más consciente, madura, meditada que llegó calladamente de manos del amor.

Me negué a usar el olvido como excusa, no abandoné ningún objeto que hubiera significado algo en todo ese tiempo me prometí que jamás las arrancaría de  mi corazón.

Es cierto que en las mudanzas se pierden cosas – las que uno no atesora, cuida, protege o no tienen ningún valor-.  

¡Pero se recuperan y descubren  otras tantas que habíamos olvidado  y estaban allí quietecitas para no molestar esperando ser rescatadas!

Hoy sería incapaz de deshacerme de ellas y aunque no sepa en que rinconcito las he escondido allí están. Silenciosas y calladitas. Mudas y serias. Compinches y mágicas, restregándose los ojos cuando a través de una hendija se cuela la luz y se saben descubiertas.

Forman parte de mi pasado. No piden explicaciones. Testigos silenciosos, mudos y serios de lo que fui no piden explicaciones. Me acompañan sin condicionamientos. No preguntan ni amonestan. Son parte de mi pasado. También de mi presente. De mi día a día…del ayer y del hoy…

viernes, 4 de enero de 2013

LAZOS DE SANGRE




No es cierto que los lazos de sangre solo te unan a tu familia de una forma fuerte, segura, indestructible.
Hay otros que a lo largo de la vida vas anudando y que son mucho más sólidos que los que heredas por parentesco

Hace apenas unos minutos recibí un correo que jamás me hubiese gustado leer. Estaba escrito de forma “indisciplinada”, con prisas,  con un profundo dolor… y me hablaba de la muerte de alguien que fue, es y será una de las personas más importantes que ha compartido conmigo este largo camino del que todavía, espero, mucho me queda por recorrer.

Conocí a Adolfo cuando recién pasaba los umbrales de la adolescencia, y desde que nos miramos a los ojos supimos que ese momento había sido mágico y determinante en nuestras vidas.

Aunque me “aventajaba” en edad, a lo largo del tiempo tejimos juntos redes invisibles que nos fueron acercando, profundizando, remachando  el cariño, la ternura y la amistad que creció  prácticamente sin darnos cuenta.

Con el paso del tiempo, Adolfo fue testigo de mis noviazgos poco duraderos. De mis penas de amor. De mi sonrisa transformada -a su lado- en carcajada. De mi indignación constante frente a la injusticia. De mi boda por amor.

Adolfo quiso a mis hijos con un cariño desmedido y desbordante. Les puso alas y espíritu a sus sueños y les consintió sin sentirse culpable “de nada” con auténtica pasión. Cambió pañales y biberones.  Fue paciente, tolerante, loco adorable que  hacía sentir mejor ser humano a quienes se movían a su alrededor. 

Fue –ES- amigo del alma sin condicionamientos. Camarada, compinche, cercano, complaciente, justo y gruñón. Nos amó – y aún nos ama – a la distancia, nos cuidó y protegió.

De él aprendí el valor que tiene darse por entero, sin esperar nada a cambio. Que la solidaridad no se proclama, sino que se demuestra. Que siempre hay lugar para “uno más” si alguien te necesita, dentro de los laberintos del corazón.

Que no importa si eres alto, bajo, feo, gordo o delgado porque lo importante jamás se ve y lo llevas en tu interior.
Que el abrazo no debería ser una asignatura pendiente, sino una materia  obligatoria y de altísima puntuación.
Que nada hay más estúpido que suponer que toda persona tiene un precio.
Que un hombre también llora y por eso no `pierde su condición.

Creo haber sollozado, hipado, desgarrado lo suficiente, pero si alguien sospecha que voy a enterrar mi emoción está muy equivocado…Lo seguiré haciendo donde quiera a cara descubierta, donde me pille y me venga en ganas. Me da lo mismo que a algunos les moleste y a otros no.

Mientras siga recordando lo “jodidamente bien” que lo pasamos, su alegría, sus charlas interminables, sus consejos, sus broncas y rabietas. Sus cenas y brindis. Su perenne compañía. Su amor por el arte, la música y los libros. Su curiosidad intacta de eterno adolescente. Sus guiños de complicidad. Su calor…

Mientras continúe rememorando la inmensidad de cosas que me dejó,  seguirá eternamente vivo en mi alma, en mi mente. En  mi corazón.

¡Que extraño! Estoy destrozada por fuera pero con una inmensa e inexplicable paz  interior.

Anoche, antes de dormir hablé con Dios y con la impertinencia del que pide ayuda, le supliqué que se lo llevara como él habría querido…con mucha prisa “acelerando el trámite”  y sin dolor…

Murió con una sonrisa en los labios conociendo que había llegado el momento de partir diciendo chau sin aspavientos,  dramas ni reproches. Murió sin hacer ruido tal y como vivió.  

Con tanto jaleo olvidó pedir que nos cuidáramos, regañarnos por última vez, revolvernos el pelo con la mano, volver sobre sus pasos, apretarnos contra su pecho hasta asfixiarnos.  

Tengo que estar agradecida. 
Dios me escuchó.