Cuenta una leyenda que dos bebés – gemelos- esperaban acurrucados y ansiosos en el
vientre de su madre, el día de nacer.
Entre ellos había una enorme diferencia.
Mientras uno resoplaba, daba golpes contra las paredes, no dejaba de
refunfuñar y maldecir por el “encierro obligatorio”, el otro esperaba a que
pasaran las horas escuchando los ruidos del exterior con atención, la música que llegaba desde lejos y bebiendo a tragos pequeños lo que suponía
era la felicidad.
En algo se parecían: ambos tenían miedo.
El que incordió durante nueve meses, fue el primero en salir al mundo
y como el parto no era sencillo se vio
obligado a volver a entrar.
Fue entonces que le dijo a su gemelo: “¡Quédate aquí, no te muevas, fuera hay un
montón de gente con prisas chillando, dando órdenes, vociferando, y personas
que te quieren matar!”.
Cuando desapareció, el pequeñín se hizo un ovillo y después de gimotear un momento
pensó: “Tengo que enfrentarme a lo que
sea y si no sé cómo hacerlo, alguien me enseñará. Habrá mucho tiempo para
aprender y si me equivoco, mucho tiempo más para rectificar. No voy a dejarme
engañar por la trampa que me ha tendido mi hermano ni por sus mentiras. No voy
a quedarme aquí solo. Voy a salir e intentar hacerlo bien…”
Es cierto que nada
es lo que parece. Y también que la vida tiende millones de trampas que hay
que aprender a sortear.
Duele reconocer que en ocasiones el amor no es
generosidad, sino egoísmo del que creías “te quería bien”.
Que maneja el silencio como castigo.
Que intenta hacerte sentir culpable para obviar su
propia culpabilidad.
Duele comprobar que aunque seas inteligente y eficaz en tu
trabajo los amiguismos pueden más.
Duele constatar que el éxito y el fracaso son tan
frágiles y endebles, que con solo pestañear cambian de posición sin que te des
cuenta y también de lugar.
Duele vivir curando heridas del cuerpo y el alma, pero
hay que aceptarlo ya que en eso reside la historia desde el principio de la humanidad.
Leo la frase de un
conocido psicodramatista y escritor (Jorge Bucay): “Nadie puede saber por ti. Nadie puede crecer por ti. Nadie puede buscar
por ti. Nadie puede hacer por ti lo que tú mismo debes hacer”.
Yo agrego: no pretendas madurar con el paso del
tiempo.
Sencillamente VIVE.
Saborea los pequeños momentos o destellos de plenitud.
Intenta superar la desazón y debilidad.
CRECE hacia afuera y hacia adentro.
Recuerda que: “No se madura. Se envejece…” cuando
lo hayamos entendido puede ser muy tarde y ya no habrá vuelta atrás.
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