No hacía falta que la luz del primer rayo iluminara el cielo. No hacía falta…Cuando retumbaba el primer trueno, la lluvia comenzaba a caer primero con timidez, segundos después con furia las ventanas se entreabrían, las cortinas comenzaban una danza fantasmagórica y amenazante, me escondía en mi refugio bajo las sábanas con la respiración entrecortada por el miedo.
¿Miedo a qué? Supongo
que a lo desconocido, quizás terror a no saber qué sucedería allí fuera si me
movía un milímetro del sitio donde estaba. A desconocer quien aparecería en mitad de la noche para tentarme a seguirlo hacia un lugar
sombrío del que “jamás había oído hablar”.
A lo largo de los años
estos episodios se repitieron en mi
infancia una y otra vez como si la vida
cotidiana, los juegos, la rutina y la risa fueran engullidos como por arte de
magia cuando comenzaba a anochecer; cuando los nubarrones cegaban de luz la
noche y las gotas salpicaban los cristales presagiando lo peor.
Con los años aprendí a no esconderme bajo las sábanas ni
acudir a mi refugio cuando se
insinuaba la tormenta.
Entendí que necesitaba
cerrar con fuerza las ventanas para evitar que el viento lograra su propósito de arrasar con todo lo que encontraba a su
paso, aún dentro de mi habitación.
A asustarme lo justo y necesario sin perder el valor ni la decisión.
A no ahogar la rabia en
llanto plantando cara al miedo.
A asomar la punta de la
nariz, espiar la reacción de los
demás y decidir – sin sustos y
sobresaltos - cuál sería mi reacción.
A repetir como un
mantra que es valiente quien ha sufrido y sentido miedo en sus propias carnes.
Aprendí que no tiene
sentido ignorar la fuerza de la tormenta y sí necesario aguardar con calma hasta
que amaine el chaparrón.
Que la vida está
azotada por huracanes y tornados. Granizo. Temporales y diluvios. Tempestades y
borrascas.
Que el pánico a nada
conduce.
Que se aprende a
mitigar el dolor.
Que los refugios o escondites llegado un
punto ya no sirven. Se nos quedan pequeños, incómodos, pierden su esencia y su
valor.
Que este día, el
siguiente, el próximo, los restantes dependen de ir guardando bajo siete llaves tantos refugios como los que hemos ido construyendo, para rescatar el único, el imprescindible, el más sensato y valioso que no recrimina,
castiga ni apalea: nuestro refugio interior…