Mis pies no tocaban el
suelo. El cuello almidonado del
delantal me rozaba la piel y hacía daño,
provocando picor. Sin embargo no me movía repitiendo mentalmente que en algún
momento todo sería un mal recuerdo y me sentiría mejor.
Tenía cuatro años y la
mirada fija en la pizarra, aunque de tanto en tanto saltaba a la figura de la Madre
Superiora que parecía dar pasos en el aire flotando
sobre la tarima mientras cruzaba las manos o las escondía en un hábito negro
que se me antojaba fantasmagórico.
Nos llamaba “señoritas”
levantando la voz. Unas “señoritas” que teníamos cuatro años – sin rastros de
ojos con rímel enjabonados de prisa o
labios delineados rojo pasión- cuando recibimos la primera lección.
Hay que recordar(decía):
“Ser educadas y obedientes”. “Jamás poner en tela de juicio las decisiones de personas más experimentadas que están por encima de nosotros”. “Aceptar los caminos que nos señalan sin desviarnos, ya que ellos nos conducirán a la felicidad de espíritu”. “No rebelarse jamás”. “Guardar decoro, prudencia y discreción”. “No tener falsas expectativas y aceptar que los sueños, sueños son”. “Llegar pura al matrimonio hasta que la persona indicada asome a tu vida”. “Ser comprensiva aún con quienes te ofenden y humillan”…
“Ser educadas y obedientes”. “Jamás poner en tela de juicio las decisiones de personas más experimentadas que están por encima de nosotros”. “Aceptar los caminos que nos señalan sin desviarnos, ya que ellos nos conducirán a la felicidad de espíritu”. “No rebelarse jamás”. “Guardar decoro, prudencia y discreción”. “No tener falsas expectativas y aceptar que los sueños, sueños son”. “Llegar pura al matrimonio hasta que la persona indicada asome a tu vida”. “Ser comprensiva aún con quienes te ofenden y humillan”…
Han pasado muchos, muchísimos
años desde aquella etapa, pero cada tanto me veo sentada en aquel pupitre,
frente a aquella Madre Superiora repitiendo monocorde su “ley de vida”.
Prácticamente a todas
mis compañeras de colegio e instituto les he perdido el rastro. Afortunadamente
a otras no y estoy convencida que
nuestra amistad se ha ido fortaleciendo a través del tiempo gracias a la
rebeldía, el no ceñirnos a conceptos pre establecidos que nos unió.
Fuimos – somos- rebeldes
y transgresoras.
Jamás nos conformamos con
decisiones arbitrarias de otros sin pedir
una explicación. Nos convertimos en aventureras constantes buscando atajos y
senderos, saltando vallas y escollos, subiendo al primer y antepenúltimo tren
sintiendo que seguramente el próximo estaría a punto de pasar y sería el mejor.
Logramos que algunos de
nuestros sueños se convirtieran en realidad y aunque no lo creáis, todavía en
eso, estamos hoy.
No fuimos comprensivas
ni complacientes con aquellos que nos humillaron y ofendieron, ni
ofrecimos otras mejillas convencidas
que “nuestro Dios” – al que no encontraréis en el Vaticano- fue un guerrero
constante. Un luchador…
Amamos con
pasión y también livianamente, hasta
encontrar a “nuestro otro yo” igual de transgresor.
Criamos hijos que desde
pequeñitos entendieron que los niños no venían de París y eran fruto del amor.
Alimentamos sus
fantasías con Santa Claus deslizándose por las chimeneas, Reyes Magos recompensados
con leche, galletas, pasto para sus camellos y conejos espumosos escondiendo huevos
de chocolate en Pascua, ratoncitos Pérez multiplicados por las noches para hacerse con los dientes en cada habitación.
No fuimos ni castas ni
puras.
Tampoco obedientes
cuando injustamente alguien alzó la voz.
Pero sí pilares. Madres
coraje. Indignadas. Luchadoras. Inconformistas. Caracoles
llevando la casa a cuestas.
Risa para trastocar lágrimas.
Abrazo infinito para
mitigar el dolor.
Tal vez sea tarde para confesarnos Madre. Y es lógico que no me
escuche (QPD).
Pero me enorgullece contarle que decenas, cientos, miles y miles de “señoritas” que la escuchamos a usted y otras tantas “Madres” desperdigas por el mundo, no aprendimos la lección…
Pero me enorgullece contarle que decenas, cientos, miles y miles de “señoritas” que la escuchamos a usted y otras tantas “Madres” desperdigas por el mundo, no aprendimos la lección…
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