CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

viernes, 31 de mayo de 2013

EL REFUGIO


No hacía falta que la luz del primer rayo iluminara el cielo. No hacía falta…Cuando retumbaba el primer trueno,  la lluvia comenzaba a caer primero con timidez, segundos después con furia  las ventanas se entreabrían, las cortinas comenzaban una danza fantasmagórica y amenazante, me escondía en mi refugio bajo las sábanas con la respiración entrecortada por el miedo.
 
¿Miedo a qué? Supongo que a lo desconocido, quizás terror a no saber qué sucedería allí fuera si me movía un milímetro del sitio donde estaba. A desconocer quien  aparecería en mitad de la noche para tentarme a seguirlo hacia un lugar sombrío del que “jamás había oído hablar”.
A lo largo de los años estos episodios  se repitieron en mi infancia una y otra vez como si  la vida cotidiana, los juegos, la rutina y la risa fueran engullidos como por arte de magia cuando comenzaba a anochecer; cuando los nubarrones cegaban de luz la noche y las gotas salpicaban los cristales presagiando lo peor.
Con los años aprendí a no esconderme bajo las sábanas ni acudir a mi refugio cuando se insinuaba la tormenta.
Entendí que necesitaba cerrar con fuerza las ventanas para evitar que el viento lograra su propósito de arrasar con todo lo que encontraba a su paso, aún dentro de mi habitación.
A asustarme lo justo y necesario  sin perder  el valor ni la decisión.
A no ahogar la rabia en llanto plantando cara al miedo.

A asomar la punta de la nariz, espiar la reacción de los demás y decidir – sin sustos y sobresaltos - cuál sería mi reacción.
A repetir como un mantra que es valiente quien ha sufrido y sentido miedo en sus propias carnes. 
Aprendí que no tiene sentido ignorar la fuerza de la tormenta  y sí necesario aguardar con calma hasta que amaine el chaparrón.
Que la vida está azotada por huracanes y tornados. Granizo. Temporales y diluvios. Tempestades y borrascas.
Que el pánico a nada conduce.
Que se aprende a mitigar el dolor.
Que los refugios o escondites llegado un punto ya no sirven. Se nos quedan pequeños, incómodos, pierden su esencia y su valor.
Que este día, el siguiente, el próximo, los restantes dependen de ir guardando bajo siete llaves  tantos refugios como los  que hemos ido construyendo, para  rescatar el único, el imprescindible, el más sensato y valioso que no recrimina, castiga ni apalea: nuestro refugio interior…






No hay comentarios:

Publicar un comentario