CARPE DIEM (Horacio 65aC-8aC) “Toma este día como si no fuera a existir el siguiente”

sábado, 28 de diciembre de 2013

CONTRADICCIONES



Aún hoy me cuesta entenderlo. Y tal vez lo que más complicado resulte, es explicar las tremendas contradicciones que a veces llegan a confundirme y  por lo que me cuentan, “ocasionalmente”, también a los demás.

No sé si a todos les sucede, pero recuerdo perfectamente algunos episodios de mis primeros años de vida. Aquellos en los que mi madre me levantaba de la cuna, juntas mirábamos por la ventana que daba a la calle, y al oído, muy despacito  después de besarme, repetía: “tout tout” (toda, toda)  de mamá” .

Fue escaso el tiempo que pude disfrutarla, falleció muy joven y yo era muy pequeña – solo tenía cuatro años- pero aún así, supe desde entonces que “quería ser mayor” e idéntica a ella: impulsiva, decidida, con una fuerza arrolladora, ávida de aprender pero también con un empecinamiento increíble en levantar su voz, hacerse oír. Plantar cara y debatir. 
Explicar lo inexplicable. Hablar….

Intenté crecer saltando etapas y aún así no pude evitar hacerlo. Pero quería ser “mayor”. “Mayor” a toda costa. Cruzar  arroyos sin mojarme  la punta de los pies. Alcanzar el cielo sin siquiera saber volar.

Disfruté de mi infancia (a mi manera). 
También de mi adolescencia y juventud, pero siempre con la vista puesta en “el mañana” dado que quería rápido de forma desmesurada, alcanzar mis metas “ya”.

Fui cumpliendo años y logrando objetivos, no todos los que me planteé en un primer momento, pero pequeños triunfos que me obligaron a echar la vista atrás.

Y fue entonces que comencé a echar de menos la protección y el cuidado. 
El cariño constante y la verdad sin tapujos.
La ausencia de preocupaciones.

El haber perdido tanto en mi largo recorrido.
A los amigos que “crecieron” a la par mía y por más que los busque se han marchado – con sufrimiento o en paz- y no puedo recuperarlos al menos en esta vida.
Ya no están.

Y ahora que soy “mayor” (no tanto, pero “bastante”) daría lo que no tengo por revivir etapas que no exprimí en mi infancia.
Volver a dormir con placidez y sin angustias como si el mañana no existiera.

Ser prácticamente un bebé y que me arropen.
Que me canten una "nana" y cierre los ojos "embriagada de dulzura"

Que mi madre se acerque a la cuna, me coja entre sus brazos y después de llenarme de besos me susurre al oído: “tout tout” - toda, toda- de mamá”…





lunes, 16 de diciembre de 2013

HILOS INVISIBLES



Me lo preguntaba hace mucho, mucho tiempo. Tanto cuando no levantaba un palmo del suelo,  como ahora, que mi mochila está cargada de vivencias y experiencias, alegrías, sinsabores. Dolor.

Ayer, cuando me hacía un ovillo entre las sábanas y sentía pasos que llegaban de puntillas al cuarto, como adivinando mi sensación de frío y desprotección.

Hoy, cuando  unas manos  robustas, fuertes, pero a la vez impregnadas de dulzura, complicidad y amor, ponen en orden las sábanas, arreglan los pliegues, dibujan con sus dedos el contorno de mi cuerpo para que me deje envolver en un halo de calor.

Siempre he tenido la extraña sensación que desde el mismo momento que abrimos los ojos a la vida, no somos uno, sino dos, quienes  nacemos.

Que “alguien” nos acompaña -vaya a saber elegido por “quien” – convirtiéndose  en “titiritero” de nuestro cuerpo, manejando hilos invisibles finamente sujetos a manos, piernas, ojo, bocas, pies y alma.  Si me apuráis,  nuestro corazón.

Y que finalmente nos convertimos en marionetas de ese ser misterioso que nos guarda para enderezarnos y hacernos reaccionar, tropezar y caer. Guiarnos hacia el sendero correcto. Bostezar y exprimir la pereza. Hacernos brincar de nuestro asiento como si fuese un volcán en erupción.

El “titiritero” estará bien adiestrado – supongo yo- porque  moviendo sus hilos invisibles, nos obliga a levantarnos de la cama cuando pensamos que otro día más sería imposible de soportar con tanta presión.

Nos manda sonreír, cuando nos encantaría enseñar los dientes aullando de furia.
A decir que sí, cuando con toda el alma deseamos gritar ¡No!
A repetir en mitad de una furiosa discusión donde los sentimientos están en juego: “¡Déjame en paz, vete de mi vida!”, cuando pretendíamos cerrar con suavidad la puerta casi suplicando: “¡no sé que haría sin ti! ¡Quédate por favor!”

Es maestro en resolver entuertos y  provocarlos.
En proclamar la paz e iniciar la guerra.
Experto tahúr en los juegos del amor.
Cazador infalible  que pone trampas para que aprendamos a esquivarlas.
Escritor de misivas interminables, que al releerlas después de un tiempo nos lleva a preguntarnos “¿pero esto lo escribí yo?”

Pero es también  nuestro compañero de juegos en horas solitarias.
El que nos mantiene en vela haciéndonos pensar,  dándole mil vueltas a las decisiones en las que se apuesta al  “todo o nada”.

Y el que nos pilla por la suela de los zapatos, cuando volamos tan alto que ya no distinguimos el cielo de la tierra, o la realidad de la ficción.

La ventaja que nos lleva es que siempre está atento.
Jamás se despista y aunque a veces se confunde y pierde, vuelve al inicio del camino como una sombra protectora de la que alguna vez nos hablaron, justamente, como un gnomo travieso, elfo, diablillo o ángel protector.

¿Alguna vez desaparece de nuestra vida?
Supongo que sí.
Pero sólo cuando su tarea ha terminado y la fatiga le vence.
Cuando mira el reloj de fantasía que lleva prendido a su muñeca, y comprenda que “su” tiempo y el “nuestro” se ha acabado.

Y recoja sus hilos invisibles, acomode sus trastos en una maleta de espumilla, con su mirada nos señale el camino de regreso que hará en silencio, a nuestro lado, como cuando abrimos los ojos a la vida.

Tal y como cuando nacimos.
No siendo uno, sino dos…





domingo, 1 de diciembre de 2013

ESTAR AHÍ..."ESTAR"...



Me suele pasar en infinidad de ocasiones, sobre todo cuando la casa se despereza  en silencio. Cuando no escucho  ruidos con los que estoy familiarizada. Ni voces que me hacen desviar la mirada y  requieren mi atención.

Es entonces que pienso en el significado de la palabra “estar” (permanecer, encontrarse, ser, existir, acompañar, consolar, vivir) y en la grandeza de su contenido. En su importancia vital.

De pequeña oía: “Hay que desconfiar de los extraños”. “No hables con desconocidos”. “Desvía la mirada cuando alguien que no es de tu círculo se  acerca”. “No hagas comentarios ni intercambies ideas con alguien de fuera”. En síntesis: “Ver, oír y callar”.

Afortunadamente jamás hice caso a esas “cuasi” recomendaciones dichas como al descuido, aún dentro de mi propia familia. Me abrí al mundo con cautela, pero me di por entero sin pensarlo dos veces con tal de “permanecer, acompañar”.

Con el paso del tiempo he comprobado – en infinidad de ocasiones- aún con dolor, que los que creía iban a “estar”, se esfumaron como por arte de magia cuando más les necesitaba. Y  quienes apenas conocía, se acercaron a confortar sin que mediara ningún deseo oculto, ninguna pretensión.

Aprendí – con dolor y lágrimas- que hay amigos de acero o hierro que se entregan por completo aún   a miles de kilómetros de distancia. Y otros, “tan cerca y tan lejos”, que con inmensa amargura, debes obviar de tu agenda cotidiana. Sólo cuentas con ellos, cuando “ellos”  necesitan  mitigar su propia desazón.

Que la complicidad puede alimentarse a través de los años. O nacer de forma espontánea prácticamente sin buscarla, a través de un gesto, una mirada o una frase dicha al descuido, pero lo fundamental es que siempre espera que avives esa llama y está esperando que sientas su calor.

Que no existen barreras para apoyar al extraño.
Ni fronteras para buscar consuelo.
Ni nubarrones para la esperanza.
Ni techos para la solidaridad.

Tal vez muchos no logren entenderlo, pero estoy convencida que todos necesitamos desesperadamente los unos de los otros.
También de aquellos que, sin siquiera sospecharlo, se encuentran dispuestos a tender la mano para levantarnos.
Recoger nuestra mochila cuando nos fallan las fuerzas.
Señalar errores sin edulcorarlos.
Ser nuestra sombra  a lo largo de un camino.
 Mostrarnos un atajo.
Curar nuestras heridas y suavizar nuestro dolor…



miércoles, 20 de noviembre de 2013

EL SELLO INVISIBLE



Son muchas las veces en que pienso, que todos nacemos con un Sello Invisible “camuflado” o escondido bajo el cuerpo.
Si me preguntáis por donde comenzar a buscarlo, si puedo dar algún rastro o pista, la contestación es “No”. Solo imagino que antes de venir al mundo Alguien (tampoco sé quién) se ocupa de seleccionarnos con meticulosidad, eligiéndonos, diciendo: “éste sí”, éste… tal vez…” o al siguiente le aparta a un costado para pensárselo mejor.

A muchos, desde el primer berrido, la vida no nos ha resultado fácil.
No  transitamos por caminos de rosas, sino plagados de espinas. No conocimos las palmadas en la espalda (salvo casos contados con los dedos de una mano) , sino más bien bofetones e “intentos” – que quedaron en eso o a veces llegaron a buen puerto- intentos de humillación.

No sabemos, aquellos “elegidos”, de ascensos meteóricos. Ni enchufes continuos. Dinero a raudales. Tampoco disfrutamos de una sólida posición.

Fuimos creciendo forjados a la luz del yunque y hierro. De golpes sobre la fragua. Desilusiones. Caídas y remontadas. Decepciones y alegrías. Pero sobre todo, nos moldeamos en la honestidad, el valor de la palabra. La necesidad imperiosa de tener a nuestro lado un amigo que jamás nos dio la espalda. Del compañero/a que con ternura, paciencia e insistencia nos conquistó el corazón. Del sentido del deber y  de la enorme importancia que tiene el honor.

Hay otros, que en contrapartida lo tienen todo, o eso al menos creemos.
Holgura económica. Incondicionales a puñaos que desaparecen en cuanto asoma el primer nubarrón. Hijos excelentes y brillantes, genios sin descubrir, con una blandura en el alma que provoca escozor.

Y enormes casas que solo escuchan pasos silenciosos.
Y paredes en las que retumba el eco de su voz.
Y una soledad inmensa difícil de paliar.
Rabia y celos por tener lo que otros tienen – aunque sea mínimo- y una envidia que les carcome el alma, al comprobar la entereza que los demás enarbolan y ellos rotundamente no…

Son los primeros que caen y no atinan a ponerse de pie.
Son los que no tienen ni idea como empuñar el hacha, la maza o el martillo, para romper el caparazón.

Los que viven angustiados preguntándose: “¿vale la pena vivir así?, ¿por qué lo tengo todo y no tengo nada? ¿a quién se le habrá ocurrido diseñarme como soy?”.

Por eso en infinidad de ocasiones pienso que algo o Alguien, está detrás nuestro antes de pisar la tierra.

Alguien que nos pone un sello invisible bajo la piel que nos hace fuertes, vulnerables, tímidos u osados.

Auténticos o con doble faz.

Dispuestos a pelear o a atrincherarnos esperando el momento de “espiar si todo ha pasado” para asomar la nariz cuando despeja.

Si fuese así como pienso, si estoy en lo cierto, sé que no soy la única sino que hay miles y miles, millones de personas, que llevan con orgullo la “marca” de nacimiento que nos hace ser diferentes, especiales y combativos aunque la lucha constante y el sacrificio sean nuestra eterna opción.



sábado, 9 de noviembre de 2013

ANTES...



¿Qué “todo tiempo pasado fue mejor”?. No lo sé.
Tampoco si “antes” todo era diferente. Porque mi “antes” tiene un principio. Un final. Un largo recorrido. Un volver  aunque sea rozando con brochazos de nostalgia el punto de partida.

En mi “antes” hay una larguísima mesa con sillas que ahora están vacías. Y carcajadas. Y retos velados y no tan velados.
Discusiones y reproches.
Chiquillos que -ya son abuelos- correteando por los rincones. Otros que se han marchado quizás a un lugar desde donde nos espían divertidos, orgullosos de lo mucho o poco que hemos logrado.

Antes, los mayores nos contaban que jamás  pisaban los Bancos, desconfiaban de las promesas que les hacían los responsables.  Guardaban el dinero debajo del colchón.
Ellos siempre tenían en la alacena,  conservas, pastas secas, mermeladas y galletas, como si de un día para el otro se avecinara un tifón.

Las puertas de las casas siempre estaban abiertas para el amigo que necesitaba ayuda, un plato de comida. Cobijo y cariño. Consuelo. Un poco de comprensión

Antes, la palabra que daban para cerrar un negocio valía más que una firma, un recibí, un talón.
Antes, aunque habían oyeran hablar de estafas brutales los mayores jamás habían probado  la miel amarga de  la corrupción.
Dudar era impensable. Confiar con los ojos cerrados a quien se mostraba transparente, honesto y honrado más que una convicción.

Recibir ropa en buen estado porque a tu prima le había quedado pequeña, no era una ofensa, por el contrario, te hacía ilusión.

Vivíamos sin internet y escribíamos cartas interminables que temblaban en nuestras manos rogando que llegaran a destino, cuando estábamos a punto de que la engullera el buzón.

Los móviles no existían y las carreras para avisar desde una cabina (o un público) que “llegábamos un poquito más tarde y no se preocuparan”, eran pan de todos los días.

Fuimos creciendo poquito a poco y sin saltar etapas.
Fuimos madurando sin apenas notarlo.
Nos formamos sintiendo que era un triunfo cada conquista, cada reto, cada escalón que subíamos y lo hacíamos por amor propio, empeño y vocación.

Y lloramos como nunca pensamos que podríamos llorar, cuando nos dejaron plantadas,  sin saber que nos volveríamos a enamorar de una manera loca, atrevida, imprudente, al conocer “al hombre”  que nos rasguñó con paciencia el corazón.

Y fuimos felices.
Absolutamente felices con nuestros más y nuestros menos.
Enseñamos a nuestros hijos que el camino era luchar y aprender de los fracasos desconfiando del primer adulador.

Que tropezar no era caerse, sino trastabillar.
Que el “no” siempre lo tenían los demás como respuesta, y había que batallar muy duro para desterrar el no.

Tal vez por eso me gusta disfrutar de esos ramalazos del antes.
Quizás porque he aprendido que jamás hay que bajar la guardia. Que nada está perdido si te empeñas.

Que si la vida fuese tan sencilla, tan dulce y complaciente, no naceríamos llorando y lo hacemos irremediablemente cuando vemos la primera luz del mundo y cerramos los ojos para decir adiós…



viernes, 1 de noviembre de 2013

LA MENTIRA



Recuerdo que hace muchos, muchos años, una tía materna que era poco tierna y nada  cariñosa siempre tenía a flor de piel y en la punta de los labios la frase – dijeras lo que dijeras- “¡eres una mentirosa!”

Esa palabra, esa sola palabra final (mentirosa), que se encargaba de remarcar y arrastrar como si gozara infinitamente al pronunciarla y le causara un placer incalculable, me dolía más que un cachetazo inesperado en la boca.

Desde entonces – desde esos momentos que aunque intento no recordar me asaltan por sorpresa sin avisar- me prometí no mentir jamás.
Y con el correr del tiempo, debo confesar sin ponerme roja ni ocultarlo, que no rompí una sino cien mil veces la promesa e intuyo que lo volveré a hacer sin más.

Cuando le comenté el pecado  a un buen amigo psicólogo, se llevó las manos a la cabeza sonriendo y repitiendo por lo bajo: “Ah…¡qué horror!!!”. Y después de unos segundos agregó:  “Nadie dice nunca la verdad, sobre todo cuando hablamos de nosotros mismos y siempre cambiamos algo para atenuar la tristeza que produce la realidad”

“Toda la verdad,  repito, nunca la dice nadie. Tal vez sea por miedo a mostrarnos tal cual somos, a desnudar defectos y debilidades, angustias y miserias. Terror a darte a conocer cómo eres, experimentar en el otro rechazo, “miedo al contagio” y recelos. Abandono y lejanía. Exclusión y desconfianza. Temor”

“Los que afirman que no mienten son los más peligrosos y de ellos justamente debes desconfiar. Cuando indagas un poco, tan solo un poco y les preguntas que hacen, cómo viven, cualquier detalle que parezca algo trivial empiezan a contar sus batallitas, sus logros y proezas, sus méritos y conquistas y en general exageran y se atribuyen cualidades de aquellos a los que admiran pero están lejos de conquistarlas… o lo que es peor, están convencidos que no las conquistarán jamás….”.

“La vida está llena de mentiras gordas y graves. Imperdonables y justiciables. Mentiras arriesgadas que pueden poner al borde del estallido y del colapso a un país”.

“Mentiras piadosas  que forman parte de nuestro día a día y que podríamos llamar “perdonables” sencillamente por un motivo: “a la mayoría de los seres humanos les enferma la sinceridad”

“Mientes cuando dices “me lo esperaba” y la puñalada trapera que has recibido te desequilibró hasta el punto de perder el sentido.

“Mientes cuando dices te amo, y solo hay entre él y tú, solo una entrañable amistad”

“Mientes cuando susurras: “Ya estoy acostumbrado”, cuando a la traición nunca te acostumbrarás”

“Y lo haces cuando en vez de decir NO con todo el cuerpo, bajas la cabeza y te dejas humillar”

“Y vuelves a mentir cuando excusas tu parsimonia en un “yo no podría” sabiendo  perfectamente que si te empeñas lo harás”

“Si todos los mentirosos fuesen al infierno, ya no cabría ni un alfiler más…”

“Debemos aceptar que la mentira forma parte de nuestras vidas, pero el gran secreto es descubrir quién las dice, en qué momento, con qué oscuros fines y hasta donde pretende llegar”, agrega.

“Siempre ten presente tres frases dichas por tres hombres sabios:
.”Las mentiras más crueles son dichas en silencio”
.”Con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver jamás”
.”No porque todo el mundo crea en una mentira, esa mentira se convierte en realidad”…

Hasta la próxima…







viernes, 18 de octubre de 2013

"LA MATINÉ"


Siempre llega de golpe  y sin necesidad de buscarlo.
Dicen que “los recuerdos no se esfuman y desaparecen. Están todos ahí, escondidos bajo la delgada costra de la consciencia, incluso los que creíamos perdidos para siempre”.

Basta un gesto. Un aroma. Un soplo de viento. Una voz, para que regresen y te asalten de forma inesperada.

En mi caso vuelve dibujando a trazo libre aquel pasillo largo – larguísimo- que se abría después de atravesar el patio y  la puerta de entrada de la casa de mi abuela, que desembocaba en una sala rectangular y   un comedor – sencillo, austero- con una mesa interminable que albergaba sonidos de lo más variados.

 Risas y charlas. Reprimendas y peleas interminables entre los peques que nunca terminábamos de ponernos de acuerdo, o protestábamos  “ante algún desplante”  alzando la voz.

Allí estaba  nuestra “abu”, atenta a todo, pero aparentemente sin prestar atención a nada. Siempre cocinando, trajinando en la pila, lavando torres de platos sucios, esforzándose en quitar la grasa del fogón.

Eran findes de invierno – con olor a castañas cocidas en el horno- que se hacían exasperantes con tantos críos yendo y viniendo de un lado al otro aburridos,  nietos que mis tíos dejaban a doña María para que le hicieran compañía (pretexto que utilizaban para sacárselos de encima y disfrutar de veinticuatro o cuarenta y ocho horas libres de agobios, pressing y compromisos impuestos con corsé que figuraban en la letra pequeña de la cartilla de “padres” que firmaron por obligación).

Siempre, invariablemente, llegaba Benjamín, mi tío “adorado” que resultaba ser una tabla de salvación.

Soltero. Bohemio. Mujeriego. Fumador. Actor frustrado (pero no tanto, había actuado en la compañía de la española Pepita Muñoz), después de asfixiarnos a abrazos y besos, tomar un café, servirse en una copita minúscula un culín de ron, nos llamaba la atención dando palmadas haciendo la misma invitación: “vamos a hacer una “matiné” – función de tarde- de teatro y a divertirnos un poco que esto se ve muy triste!”, decía.
La primera que se apuntaba era yo.

La maquinaria se ponía en marcha. Todos al mismo tiempo colocaban sillas mirando al escenario – una sala presidida por un arco donde descansaban la nevera, la despensa atiborrada, una escoba vieja. Un balde, un escobillón- atentos y expectantes a los murmullos que llegaban detrás  de la escena.

Jamás olvidaré las “matinés”, ni tampoco los consejos de Benja – al que “El Barba” llamó a su lado antes de tiempo, quizás porque necesitaba que alguien le alegrara “la vida en el cielo”- o por cualquier otra razón que todavía no he descubierto…Aunque apuesto que le dio un silbido por eso… no sé yo…

Una tarde que  Benja “me preparaba para actuar” ante mis nueve primos – sí nueve- me llevó aparte. Tuvimos una larga charla donde me aconsejó: “Hoy vas a ser una cantante y vas a salir allí, aunque tengas miedo escénico mostrando que eres la dueña de la situación. Hazlo convencida que  aunque no quieran te escucharán y ¡cuidadito con el que no te preste atención!. Respeta al público, pero exige respeto. No dejes pasar ni una, y si ellos te hablan – porque después vendrá un diálogo entre actor y público donde preguntarás que les pareció - escucha sus argumentos, pero si estás realmente segura de los tuyos ¡no retrocedas ni un paso!”

”Si has estado francamente lamentable, reconócelo pero NO TE HUNDAS. Intenta mejorar. Pule tu actuación. Busca donde hacerles cosquillas para que rían. Ten a mano pañuelos para limpiar sus lágrimas. Estira la mano para coger la que te ofrece ayuda. Da las gracias. Aprende a pedir perdón. ¡Métete en la cabeza que la vida es puro teatro, querida!”

“Un teatro donde se finge y hay trampas que hoy nos parecen insalvables y salvamos. Agravios. Obcecación, Mentiras y verdades a medias. Orgullo y y necedad. Chispazos de felicidad. Derrotas y triunfos. ¡Pero eso es lo maravilloso,  chiquita!”

“Nunca, jamás, sabremos que nos va a suceder ni dentro de un instante ni mañana,  porque todas son ilusiones y fantasías que debemos llevar a término y completar”

“Este  escenario no se está quieto.  Gira, gira y gira y ahí abajo siempre hay alguien dispuesto a arrebatarnos “un trocito de esperanza”. Por eso es necesario conservarlos hasta que bajemos de esa noria y abramos los ojos.”

“No olvides que  los sueños siempre se cumplen, pero solo  cuando  despertamos. Y que la vida nos enfrenta a muchos papeles. Y que en algún momento miramos hacia atrás orgullosos comprobando lo mucho que hemos logrado en base a fuerza, valentía y tesón”…







domingo, 6 de octubre de 2013

LA CULPA




Ya os hablé de él en alguna que otra ocasión.
Tiene coleta y barba. Unas gafas redondas que se resbalan continuamente hacia la punta de la nariz y siempre promete que va a arreglar.

Mi amigo es médico y psicólogo (de los buenos y entrañables). Por coquetería pura no dice su edad, pero ha pasado (estoy segura) los años en que los mayores con mucho camino recorrido,  se vuelven tan jóvenes de mente y espíritu, que uno no puede menos que quedarse callado cuando hablan y escuchar.

Me hace señas “así” con la mano y me enseña una banqueta invitándome a sentar. Mozart inunda la habitación en la que se ha colado con permiso.  La pipa que estaba fumando, aunque se ha apagado, ha dejado su santo y seña en esa habitación en la que si uno mira con ojo crítico necesita un repaso de arriba abajo, pero huele a hogar.

Comienza a hablar como si se supiera de antemano en lo que acaba de pensar. “…y entonces me explicó con lujo de detalles que la culpa no le dejaba conciliar el sueño y en cuanto apoyaba la cabeza en la almohada le empezaba a atenazar” (supongo que hablaba de un paciente, pero no quise preguntar)

Chupa su pipa con displicencia  y continúa,  supongo que reflexionando, como si yo no estuviera allí.  “Justamente había escuchado la entrevista a un viejo rockero explicando que “la culpa” es una mancha que te persigue y ni con piedra pómez te puedes quitar”

Se despereza. Ronronea como un gato. Mueve la cabeza de uno hacia otro lado - ¿para espantar fantasmas, quizás?- y prosigue:
“La culpabilidad es una enfermedad endémica que jamás se podrá controlar. No hay vacunas ni pócimas milagrosas para hacerlo. Si eres joven porque lo eres…si eres  viejo porque has cometido tantos pecados y tienes tantos remordimientos que ya ni sabes que pensar”

“Del dedo acusador de la culpa nadie se salva. Ni aunque te cambies de país o te fugues hacia el fin del mundo seguro que te va a alcanzar. Por eso insisto en que los niños son unos enanos ingeniosos porque su naturaleza les indica que deben experimentar. No sienten remordimientos: lo suyo es innovar sin sospechar que causan daño…Cuando eres adulto las cosas cambian porque la mayoría de injusticias las cometes con premeditación, alevosía y maldad para acumular poder, dinero, prestigio, reconocimiento ¿honor?. ¡Qué tontos son al no entender que la vida da tantas vueltas que muchísimas veces te hace regresar al punto de partida y ya no hay tiempo de volver a empezar”

Le miro intrigada. Sospecha que no entiendo a dónde quiere llegar. Sonríe y tose al mismo tiempo. Se suena la nariz y le echa “la culpa” al tiempo. Se levanta con cierta dificultad, coge  bolígrafo y  folio (de más está decir que le encanta hacer esquemas que supuestamente solo él entenderá)

“Aquí estamos. En pañales. Aquí comienza nuestra vida”, muestra,  al tiempo que comienza a hacer en esa línea que supuse recta, garabatos, signos de admiración,  curvas, paréntesis. Stop y señales. Caminos que no tienen fin. Grutas y cavernas y una flecha que desde el vértice derecho, regresa al punto de partida…”Y aquí volvemos cuando llegue el momento de marchar”, señala.

“Si has sido limpio y generoso, si has dado a más no poder, a rabiar, tu maleta invisible pesará tanto que a duras penas lograrás arrastrar. Cuando curioso la abras, apenas levantes la cubierta, aparecerán rostros agradecidos de gente que ni recordabas. Flashes de fotografías jamás tomadas pero que fueron parte de tu realidad. Amores y besos. Ternura infinita. Reconocimiento y admiración por como fuiste y  te prodigaste”.

“¡Pobre del que llegue al punto de partida cargando una bolsa de reproches y pesares. “Culpa” por no haber tenido la valentía y el coraje de pedir perdón cuando se equivocó,  dar la espalda cuando otro necesitaba su aliento. Pasar de largo cuando era ¡tan necesario!, detenerse un momento, encontrar una solución “de a dos”, extender la mano, soportar el peso ayudando a incorporarse. ¡Luchar codo a codo con el otro!”

“La justicia divina existe,  así creas en Dios, Mahoma o Alá! Los que suben como la espuma tarde o temprano bajan con una velocidad pasmosa, y cuando llegue el momento de despedirse se asombrarán de estar tan desnudos,  vacíos huecos e inconsistentes”.

“Sin nadie que esté a su lado para cogerles la mano, derramar una sola lágrima por ellos ni siquiera repetirles que la “culpa” es solo una palabra, a sabiendas que mienten  porque  de ella no se podrán desligar”


miércoles, 25 de septiembre de 2013

SEÑALES


Y un buen día, sin saber el motivo ni el porqué lo comprendiste todo.
Apenas le habías prestado atención a tu vida que poco a poco fue tomando derroteros desconocidos y manejándote a su antojo.

Te dejaste llevar sin rechistar.
Te hiciste un huequecito sin siquiera pretenderlo.
Dejaste todo para después, olvidando que el ahora y el hoy era vital.
Te venció el cansancio de pelear.
Perdiste fuerza y convicción de aquella que no se ve, pero se agazapa en las entrañas. Invisible en el interior
Suavizaste el mañana sin siquiera  pincelar el hoy.

Y cuando de golpe todo lo insignificante que tenías se escurrió de tus dedos danzando burlón en tus muñecas, la realidad te envolvió.

Tuviste miedo y una inmensa sensación de vacío.
Te observaste en el espejo del pasado sin encontrar ni un rasgo de quien fuiste
Te aterró tu propia imagen y “algo” dentro de ti se rebeló.

Fue entonces que atrapaste en el aire  señales, pisadas y senderos que la vida te estuvo mostrando y a la que no prestaste atención.
Reflotaste a la guerrera.
Quitaste el polvo a la armadura. A la lanza. Al arco certero. Al punzón
El miedo, la angustia, la pregunta del ¿por dónde empiezo?, la arrastró un inesperado soplido de  ilusión

La fuerza resurgió  de la nada.
Los sueños adormecidos comenzaron a bostezar después de un larguísimo letargo.
Volviste a pergeñar como moldear zancadillas al destino.
A trazar caminos curiosamente inciertos o probables.
Te gustó  sentir de nuevo tu corazón galopando desbocado y no mientas…sé que te gustó…

Volviste a ser  altiva y soñadora.
Hambrienta  voraz de realidades. Mágica y terrenal a la vez. Tan “tú misma” que volver a encontrarte te asombró.

Y no preguntes cómo, cuándo, donde.
Fue un buen día que sin saber el motivo ni el porqué, ni siquiera a quien se le antojó,  decidiste volver a confiar en las señales desnudándote de angustias y recelos apartando con furia y valentía hasta quien entonces fuera tu “otro yo”…


sábado, 14 de septiembre de 2013

SEPTIEMBRE Y SU HOJA EN BLANCO



Septiembre trae el agobio del regreso. De los días más cortos. De la falta de luz y la perezosa despedida del sol.
Trae también recuerdos de un  verano que en Europa comienza a constiparse y tener tos.
De cicatrices en los pies de tanto andar libre y descalzo. De ecos de un riacho saltando entre las piedras. Del golpe milimetrado de las olas sobre las rocas. Del mar besando la orilla. De arena a la que se le antojó quedarse prendida a la toalla y allí se quedó.

Y trae  olor a tierra mojada.
A margaritas que ya no dan más de sí y duermen exhaustas en los tiestos, esperando despertar en la próxima ocasión.
Septiembre es cálido y duro a la vez, porque nos recuerda no solo lo que fuimos hace nada y lo que somos  hoy.

Septiembre levanta sobresaltos y mariposas que aletean en el estómago.
Facturas imposibles de pagar que se amontonan en el buzón.
Y miedo a enfrentarse a  la rutina o a la falta de ella.
A no saber hacia dónde dirigir los pasos,  mientras se activa – otra vez- el temor.

Temor a estrenar cuadernos flamantes con menos folios que antes.
A libros de texto prestados. A prisas por dividirte en mil personas diferentes. A querer estar en todos los sitios enjugando llantos ajenos y escondiendo el tuyo en un bolsillo interior.

Septiembre deja como al pasar, hojas en blanco para pintar de colores tu esperanza.
Y proyectos que tal vez nunca sean realidades, pero al fin…proyectos son…

E incertidumbre y planes. Sueños a los que tienes derecho a disponer cuando te plazca sin tabúes. Sin barreras. Sin un “no”.

Haz un bosquejo de tu futuro y tus próximos pasos, aunque tengas que romper al instante ese pedazo de ilusión.
Si te equivocas ¡no importa nada!.
 Vuelve a intentarlo, una vez y otra, y la siguiente hasta hallar el modo y la mejor forma. La mejor.
Convéncete que es normal tropezar, caerse,  levantarse.
Que si tus días han sido malos los próximos serán  mejor.
No tengas miedo  al riesgo  o la aventura.
No desafíes el abismo sin paracaídas, pero no descartes asomarte de puntillas gritando bien fuerte para comprobar “hasta dónde llega el eco de tu voz”.

Coge un papel cualquiera y con trazos pequeños al principio, más enérgicos cuando cojas confianza, colorea alternativas, señala senderos, trampas y atajos haciendo caso a tu intuición.

Palpita y teme. Goza y disfruta.
Cabréate si es necesario hasta con tu sombra.
Rechaza y acepta.
Estate atento y escudriña.
Aprovecha la ocasión.

Sólo está preparado para el éxito quien ha sufrido el fracaso.
Te lo repito: rellena  septiembre y su hoja en blanco que también te pertenece.
Hazte a ti mismo ese favor.







martes, 3 de septiembre de 2013

MENSAJES DENTRO DE UN LIBRO



Tengo amigos que aunque hayan pisado los setenta, estén a puntito de hacerlo  o cruzaron hace  tiempo ese umbral, se les ve tan vitales positivos y arrolladores que su juventud  echa para atrás
Alimentan cada día un sueño. Diseñan un nuevo  camino. Dan rienda suelta a sus ideas. Abren las puertas a la locura dejándose contagiar por el sin sentido.  Esconden la mochila de los sinsabores y cuando comienza a amanecer – dando carpetazo al ayer-  también se preparan para  luchar  

En contrapartida conozco otros, que a los veintitantos parecen ancianos. La apatía les puede y vagan confusos sin encontrar una seña, un sendero. Un motivo para no abandonarse, algo que les lleve a remar.

No se arriesgan a dar un paso en falso por temor al fracaso o lo que es peor, al qué dirán. Viven sin vivir. Les aterra el riesgo. Vuelan casi al ras del suelo y en algunos casos prefieren esconderse, cerrar puertas y ventanas para escuchar en solitario el tic tac de su corazón.

Sé de muchos que al borde de los cincuenta, comienzan a temblar pensando en el futuro. Por donde encaminarán sus pasos y hacia donde les llevarán.

Añoran  la agilidad,  la mente y  reacción de otros tiempos y repiten la misma frase: “si pudiese dar marcha atrás”, ajenos al que retroceder cuando  se está en carrera es una utopía, una idea descabellada. Un imposible porque el tiempo “tiene una manera de moverse rápido y pillarte desprevenido cuando ya no hay vuelta atrás ni opción”.

Las etapas se saltan.
Los ciclos se queman.
Los retos se viven con inocencia, valentía. Desprejuicio. Espontaneidad. Lágrimas y carcajadas. Dolor.

Pero lo importante y fundamental es exprimirlos y abrirse paso apartando telarañas, acidez y amarguras. Tormentas y vientos. Desengaños y frustraciones. Dar un cambio de cabo a rabo. Experimentar.

Me han prestado un libro y lo abro. Alguien ha escrito con letra apretada en un folio escondido entre sus páginas:
“Parece que fue ayer cuando me veía  joven, recién casado y embarcándome en una nueva vida con mi pareja. Pero en cierta forma parece que fue hace mucho tiempo y ahora pienso donde se fueron los años. Sé que los he vivido todos. Tengo visiones como fue entonces, también de mis esperanzas y sueños”

“Pero aquí está el invierno de mi vida que me pilla por sorpresa. ¿Cómo llegue aquí tan rápido? ¿Con quién se ha marchado mi juventud? Recuerdo  haber visto gente mayor a través de los años y pensaba que  estaban muy lejos de mi y que ese invierno estaba tan distante que era imposible diseñar cómo sería…”

 
“Pero aquí está. Con mis amigos retirados y volviéndose "grises", moviéndose con la lentitud de una persona mayor. Algunos  en mejor forma, otros peor que yo, pero veo el gran cambio. No como las que recuerdo jóvenes y vibrantes, sino como yo. Y he descubierto que  somos aquellas personas mayores que solía ver y que nunca pensé que sería…”

 
“Ahora, cada mañana encuentro que solo el tomar una ducha es uno de los acontecimientos reales del día. Y echarme una siesta ya no es algo agradable como era, es algo obligatorio. Ya he trabajado demasiado. Ya no me golpeo el pecho con culpa por entrecerrar los ojos, cabecear, estirarme en el sofá y nadie va a venir a recriminarme  que soy un vago o que “aquí no”


“Entro en esta nueva etapa de la vida sin preparación alguna para todos los dolores y achaques, para la pérdida de fuerza o habilidad para ir y hacer todas las cosas que quisiera haber hecho pero que nunca hice”
“Si todavía no has llegado a “tu invierno”,  permíteme recordarte que estará aquí mucho más rápido de lo que piensas. Por lo tanto, cualquier cosa que quieras lograr no la postergues ni  pospongas por mucho tiempo. La vida se pasa rápido. Haz todo lo que puedas hoy, porque nunca estarás seguro si ya es tu invierno o no, ni siquiera manejas plazos ni fechas. No sabes cuándo llegará.”
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Coloco el mensaje con cuidado en el mismo sitio donde lo encontré. De manera impulsiva relleno otro folio en blanco con algunas frases con la esperanza que a alguien, le pueda ayudar.

Y escribo: “Vive el hoy y di todas las cosas que quieres que tus seres queridos recuerden. Ponle palabras al cariño,  a las risas y a los pecados. Al enorme placer de amar”

“Emborráchate de energía. Imagina. Proyecta. Anímate a decir que “puede ser un gran día” y seguramente lo será. No te avergüences  de tu cuerpo que ya no es el de antes y muéstrate tal cual eres, el que no quiera mirar que gire la cabeza y tú ¡en paz!”

“Baila al ritmo que tú te impones y no al son de los demás. Toma buena nota del color del amanecer. Saluda a la luna con la pasión de un adolescente. Bésale las mejillas y los labios con tu imaginación”.

“Exprime cada etapa de tu vida y sácale jugo a tu experiencia, que en definitiva, es lo que al final te llevarás cuando sientas que se acerca el último suspiro”

Sé tú mismo sin avergonzarte.
Egoístamente, cada día que pasa aprende a quererte un poquito más, y más, y más….”