Aún hoy me cuesta entenderlo. Y tal vez lo que más complicado
resulte, es explicar las tremendas contradicciones que a veces llegan a confundirme
y por lo que me cuentan,
“ocasionalmente”, también a los demás.
No sé si a todos les sucede, pero recuerdo perfectamente
algunos episodios de mis primeros años de vida. Aquellos en los que mi madre me
levantaba de la cuna, juntas mirábamos por la ventana que daba a la calle, y al
oído, muy despacito después de besarme,
repetía: “tout tout” (toda, toda) de mamá” .
Fue escaso el tiempo que pude disfrutarla, falleció muy joven
y yo era muy pequeña – solo tenía cuatro años- pero aún así, supe desde
entonces que “quería ser mayor” e idéntica a ella: impulsiva, decidida, con una
fuerza arrolladora, ávida de aprender pero también con un empecinamiento
increíble en levantar su voz, hacerse oír. Plantar cara y debatir.
Explicar lo inexplicable. Hablar….
Explicar lo inexplicable. Hablar….
Intenté crecer saltando etapas y aún así no pude evitar
hacerlo. Pero quería ser “mayor”. “Mayor” a toda costa. Cruzar arroyos sin mojarme la punta de los pies. Alcanzar el cielo sin
siquiera saber volar.
Disfruté de mi infancia (a mi manera).
También de mi adolescencia y juventud, pero siempre con la vista puesta en “el mañana” dado que quería rápido de forma desmesurada, alcanzar mis metas “ya”.
También de mi adolescencia y juventud, pero siempre con la vista puesta en “el mañana” dado que quería rápido de forma desmesurada, alcanzar mis metas “ya”.
Fui cumpliendo años y logrando objetivos, no todos los que me
planteé en un primer momento, pero pequeños triunfos que me obligaron a echar
la vista atrás.
Y fue entonces que comencé a echar de menos la protección y
el cuidado.
El cariño constante y la verdad sin tapujos.
El cariño constante y la verdad sin tapujos.
La ausencia de preocupaciones.
El haber perdido tanto
en mi largo recorrido.
A los amigos que “crecieron” a la par mía y por más que los
busque se han marchado – con sufrimiento o en paz- y no puedo recuperarlos al
menos en esta vida.
Ya no están.
Ya no están.
Y ahora que soy “mayor” (no tanto, pero “bastante”) daría lo
que no tengo por revivir etapas que no exprimí
en mi infancia.
Volver a dormir con placidez y sin angustias como si el
mañana no existiera.
Ser prácticamente un bebé y que me arropen.
Que me canten una "nana" y cierre los ojos "embriagada de dulzura"
Que me canten una "nana" y cierre los ojos "embriagada de dulzura"
Que mi madre se acerque a la cuna, me coja entre sus brazos y
después de llenarme de besos me susurre al oído: “tout tout” - toda, toda- de mamá”…